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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

domingo, 21 de diciembre de 2008

...y me tocó la lotería...

Estoy aquí sin más. Con el deseo irrefrenable de escribir y escribir. Quizá queriendo contar alguna historia con final feliz, algo que me revuelve los adentros y que no acierto a averiguar qué fuerza extraña me impide sacar fuera. Será porque no encuentro nada que tenga final feliz. No, lo cierto es que no tengo nada con final. Toda mi vida ha sido un continuo comenzarlo todo y no acabar nada.
Nada no, tampoco hay que dramatizar. Porque había cosas terminadas mucho antes de comenzar. Existían como en un mundo paralelo, fuera de la realidad. Es solo que la realidad se confundía y no sabía si vivía en una pesadilla o mis sueños eran mi verdadera vida. Sueños que, por otra parte nunca he llegado a entender aunque se manifiesten con la nitidez de una película en pantalla grande de cine. Y a color.
Es que siempre fui muy peliculera. Ser un personaje ajeno a los uniformes de colegio. Tan oscuros y rígidos como la educación que tratan de imponer sin dar explicaciones. Me señalaban por preguntar constantemente “por qué”. Ajena, la mayoría de las veces a lo que ocurría a mí alrededor. Porque mi mundo era mucho más rico y emocionante que el del resto de mis congéneres. Me sentía tan especial como esa joya arqueológica tantas veces buscada con poderes sobrenaturales para quien tuviera la suerte de encontrarme. Un talismán en las manos adecuadas. Así lo sentía y así lo transmitía con mis manos, mis ojos o bailando.
Nos podrán prohibir que nos veamos. Nos podrán prohibir que hablemos. Pero nadie va a prohibirme que te quiera – dije en una ocasión sorprendiéndome de mi propia madurez siendo aún tan joven. Y descubrí en aquel preciso instante que era libre. Yo elegía a quien querer. Lo que pasa es que esas cosas se olvidan si no se practican.

Aquel verano. No, todavía quedaba un año para el último verano.
Seguía teniendo mi bicicleta. Mis piernas todavía respondían a las cuestas caprichosas. Mi pelo aún se regocijaba con las bajadas avivadas por el impulso de creer que estás volando.
Quedaba en el aire aún el primer beso. La primera canción.

sábado, 20 de diciembre de 2008

domingo, 14 de diciembre de 2008

Chinchetas en los zapatos


Caminaba como si tuviera chinquetas en los zapatos. ¡Deprisa, deprisa cochero, que no llego! Pero siempre iba a pie, sentía que si se movía por su propio motor probablemente no llegara antes, pero llegaría a su destino. Ese que sabía estaba en alguna parte. Porque había leído tantos cuentos que llegó a creerse que los sueños se hacen realidad.
La vida empieza justo cuando descubres que tienes que sacarle el bajo de los dobladillos a los pantalones. En el preciso momento en el que aprendes que la noche es algo más que el momento del día para dormir. Cuando has escrito un poema de amor y una canción desesperada.
En un instante ocurren tantas cosas que no merece la pena correr tanto. Pero eso lo descubres al ver el autobús como dobla la esquina sin esperarte. Y te das cuenta que de nada sirve el zapatazo de coraje que acabas de dar en el suelo porque no lo has visto, pero había un charco bien grande, y, a fin de cuentas tendrás que ir andando con el frío subiéndote por la pantorrilla desde la punta de tu dedo gordo.
Suele ocurrir que por el camino encuentras gente que va en coche y no te lleva. Que saluda y no se para a hablar contigo. Otros cambian de acera. Dices “qué más da” y sigues avanzando. Otro deja una mancha de aceite allí por donde tienes que pisar, mientras derrapa por tu lado a toda velocidad en su motocicleta, sin darte tiempo a reaccionar. Resbalas pero no llegas a caerte. Es como una danza imposible de tus piernas en perfecta descoordinación con el resto de tu cuerpo. Pero no llegas a caerte. Y el corazón como un reloj acelerado te recuerda, cual Conejo Blanco, que vas tarde.
La vida empieza justo cuando dejan de importante los dobladillos de los pantalones. Cuando deseas con todas tus fuerzas que llegue la noche más pronto que cualquier día de invierno. Cuando solo escribes canciones desesperadas por escribir un poema de amor.
Cuando llegas ya no sabes qué hora es. Tienes el pelo mojado y el alma chorreando. Sin embargo te das cuenta que al otro lado alguien te mira a través de la lluvia y te sonríe como si siempre hubiera estado allí esperándote con el paraguas en la mano.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Preguntas


Alguna vez, me pregunto, ¿no se te ha pasado por la cabeza pensar que no perteneces a este mundo? Y no como Jesucristo “Mi Reino no es de este mundo”. Sino que está aquí, en este mismo planeta que llamamos Tierra. Vamos que no me estoy refiriendo a un más allá de nuestras mentes diminutas, fluyendo por espacios de otras dimensiones. Algo más práctico. Que no perteneces al común del entorno en el que vives y no porque ellos sean raros, porque la rara soy yo. Que cuando me visto de domingo es que me planto la camiseta más vieja que tengo. Que cuando quiero ver un buen espectáculo me largo a la playa a ver las olas ir y venir como si siempre fuera lo mismo pero nunca es igual.
Alguna vez, me pregunto si no se te ha pasado por la cabeza pensar que si no fuera por el dinero no te levantarías cada día por obligación y lo harías solo por el puro placer de saborear un nuevo día. Y mirar a tu alrededor como si no te importara, como que no te importa en realidad si sube la gasolina, o baja el precio de los pisos, como si Hacienda te hubiera devuelto céntimo a céntimo todo lo que te ha retenido en tantos años trabajados.
Alguna vez, me pregunto , ¿no se te a pasado por la cabeza pensar que tienes algo que hacer antes de morirte? Y no lo de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Mejor escribir un hijo, tener un árbol y plantar un libro. Escribir con las manos una nueva vida que no se haga preguntas y sepa dirigir sus pasos, a su modo y manera, con alegría y sin resentimientos. Tener un árbol bajo el que cobijarte los días de calor, sobre el que subirte para sentirte tan alta como la luna. Plantar un libro que no te reconoce y darle carpetazo.
Alguna vez me pregunto si no se te ha pasado por la cabeza pensar. Solo pensar. Y dejar de pensar para actuar.

martes, 9 de diciembre de 2008

sábado, 6 de diciembre de 2008

Milonga del cuento eterno.



Tan pronto como salió a la calle sintió el contacto del frío sobre su rostro. Como siempre cuando hace frío. Como siempre que salía a la calle.
Solo que aquella vez fue como si quemara. Igual que si le hubieran tirado desde un coche un ramo de rosas rojas. Volando hacia su cara sin piedad. Tiñéndole de su color. Tatuándole sin anestesia. Porque las rosas son algo más que una cara bonita.
Yo no quería contar historias inventadas,¡tanto tenía yo qué contar! No sé por qué juramos guardar un secreto. No sé por qué en la vida los mejores momentos ocurren entre paréntesis. O escritos a lápiz en la parte de atrás del folio en blanco. Nadie me creería si lo contaba. Era imposible. ¿Imposible? Amores furtivos con carita de no haber roto nunca un plato. Absueltos de todo pecado original. Meras copias de besos robados a la noche.
Si, yo estuve allí. Yo estuve allí y lo vi. Lo vi cuando sus pensamientos se confundían con el tacto. Y recreaba imágenes de pétalos de flores que se abrían entre sus muslos. Lo vi cuando bebía el agua de su boca a tragos suaves y sabrosos. El agua que hacía arder la leña seca. Lo vi cuando cerró los ojos y una suave mueca de placer le sonrió los labios secos. Como la leña que hacía chispas a su alrededor. Quemándose entera. Lo vi. Yo estuve allí y lo vi. Si, yo estuve allí.
Yo no quería inventarme aquella historia. Yo no quería guardarme aquella historia. No sé por qué juramos guardarlo en secreto. No era imposible. El folio se había escrito por delante. Y por detrás. Nadie me creería si lo contaba. Un amor furtivo con carita de no haber roto nunca un plato.
Y es que aquella noche hacía frío. No hay nada mejor que un buen cuerpo en donde cobijarse. Para dar cobijo. Pero al salir a la calle, sobre un charco flotaban rosas rojas despedazadas. En su rostro la manzana empezó a ruborizarse. Y es que aquella noche, a pesar de la lluvia, hacía frío.

viernes, 5 de diciembre de 2008

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Para Alfonso


A veces, cuando las esferas decíden que ha llegado el momento, el Universo se pone a fabricar una nota musical. No siempre llega hasta nuestro oído, pero con acercar un poco la nariz al cristal de la ventana, es posible que veamos el vaho que sale de nuestra boca. Se llama Aliento.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Sin decir adios


Aquella noche recordó con añoranza casi infantil sus calcetines de lana. A veces le parecía tan sumamente ridículo el ritual del apareamiento.

Hacía tiempo que se veían a escondidas. Las medias se le habían incrustado en la piel, recién depilada para la ocasión. 

Todo eso pasaba por su cabeza mientras corrían bajo un paraguas que se obstinaba en alejarles en dirección contraria.

Era como si los elementos, en cónclave celeste, hubieran acordado separarlos.

De nada sirvió el lustre de sus zapatos de tacón alto. Ni las medias de seda con liguero. Pero corría contenta, expectante “por mi primero, por todos mis compañeros y por mi primero”.

Tanto tiempo jugando a la ruleta rusa esquivando las balas con la mirada, esperando sin querer, la herida que produce la última que queda en la recámara.

Porque se engañaban. Aquello no podía salir bien. Porque no estaba bien. Era un sueño en carne y hueso. Pero solo un sueño. A veces termina incluso antes de empezar. De una manera o de otra alguien acaba llorando. O ambos.

No, no valían la pena aquellos calcetines de lana que tantas y tantas noches habían sido sus compañeros de soledad. Y sin embargo, los recordaba con una añoranza casi infantil. 

Aquella noche no hicieron el amor. Follaron como posesos. Porque sería la última noche, que flotaba en el ambiente casi tan densa como el deseo.

Jugaron y rieron. Mordieron y saborearon cada centímetro de piel. Apurándose. Desgastándose. Volviendo a reír. A arrancarse la ropa con la boca. A entornar los ojos con cara de duro. A mover el pelo de un lado, solo de un lado, cual mujer fatal. El Halcón Maltés. Ropa de encaje. Negra. Como el cielo aquella noche de tormenta.

No pudieron dormir. Ni cuando decidieron darse la vuelta.

Aquella noche recordó con añoranza casi infantil sus calcetines de lana.

Se acababa de disparar la única bala que quedaba en la recámara.

Fuera había dejado de llover.

He llegado bien. Un mensaje en el móvil.

Aquella noche no, no hicieron el amor.











lunes, 24 de noviembre de 2008

Ya sé por qué le llaman ciego




Ya sé por qué le llaman ciego. Porque la mente se idiotiza. Libre de prejuicios y barreras.

Se entornan los ojos y la sonrisa se te vuelve absurda. Porque encima suena música en tu cabeza y se apodera de cada uno de tus huesos. La sientes fluir por los músculos, corriendo y recorriendo vena tras vena. Consiguiendo erizarte, como por arte de magia cada uno de los vellos de tu piel. 

Sientes que te sobra el mundo. Y te regocijas en tu propio aislamiento

Ya sé por qué le llaman ciego.

Solo ves su sonrisa, a poco que te esfuerces. Porque para evadirte te sobra la evasión. Sus ojos como a cámara lenta para leer cada uno de sus gestos maravillosos. Flotas porque tu cuerpo es tan volátil como el ardor que sientes en la garganta. Porque tu cuerpo ha pasado a ser segunda parte. 

Solo su sonrisa, tú y la música.

La música que hace con tus pies coreografías imposibles.

Te ríes. Primero al descubrirte pillada. Al comprobar por ti misma que no ibas a llegar a controlarlo. Una sonrisa. Como si te vieras reflejada en el espejo de tu propia conciencia. Y te encoges de hombros. Ya ... Ya no tiene remedio. Entonces llega la risa tonta. La mejor. Porque te ríes de ti misma. De tus contradicciones. De tus alegatos ardientes. De tu defensa inmune. De tus autos de fe. De tu atrevimiento. De tu secreto. 

Y la risa se convierte en el tónico exfoliante de todos tus adentros.

Vives la paz en toda su materia.  Y no dejas de reír.

Si, ya sé por qué le llaman ciego.











sábado, 22 de noviembre de 2008

Medio minuto


En treinta segundos se consume el beso que no dimos. En treinta segundos se escapa un suspiro. Solo medio minuto para decir te quiero y callarlo...y aún nos sobran treinta segundos.
Los mismos que nos faltan.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Comerás huevos




Lo supe en el primer instante que tuve conciencia ¿O debo decir consciencia? De mi misma.

No es lo mismo. Parece igual. Solo parece. Tú siempre estabas allí. Como la comida de cada día. Como el aire que, sin saberlo, respiraba cada segundo. Tan de costumbre que se convierte en rutina y no te detienes a reflexionar. Una presencia continua, constante. Y yo quería volar.

Volar tan lejos como me lo permitieran mis zapatos nuevos. Que duelen. Que hacen rozaduras. Que te gustan. Que te aprietan. Que tardas tanto en hacerlos tuyos que cuando dejas de sentirlos y subes un palmo del suelo resulta que tienen un agujero en la suela y las costuras reventadas. Y tienes que estrenar otros. No siempre con la misma ilusión. A veces tan solo por pura necesidad de no caminar descalza.

Y no tenía que mirar a ningún lado porque allí estabas tú. Siempre, siempre tu. Cantando las verdades del barquero. Las que precisamente no quería escuchar. Las verdades.

Y te gritaba a voces “¡Déjame en paz!”, como si estar contigo me diera derecho a hacerte daño. Como si en realidad creyese de veras que me dejarías. Sabiendo que a pesar de todo terminarías dejándome a solas. Pero con paz.

Entonces yo crecía porque tenía un suelo que pisar descalza, sin pincharme. Me crecía creyéndome grande. Porque tú te hacías invisible. Tan de costumbre que se convierte en rutina. Una presencia constante, continua. 

Lo supe en el primer instante que tuve conciencia ¿O debo decir consciencia? De mi misma. 

Lo supe. Lo sé. 

Ahora, la madre, soy yo.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Érase una vez

Cuentan que se entendían sin apenas hablarse. Que no hacía falta verse para sentir el mismo latido al mismo tiempo. Y si la lágrima se ocultaba, la sonrisa fluía para acurrucarla.
Cuentan que no se conocían.Que eran el mismo ser viviendo en la habitación de las dos literas.
Cuentan que si dormían era para permitir que la humanidad pudiese amarse de vez en cuando.
Cuentan que no soñaban porque vivían de los sueños compartidos.
Cuentan que no sabían contar, solo vivir en dos mundos separados por el mismo mundo.
Cuentan que se querían. Por eso no se hablaban. Jamás hicieron por conocerse....
¡Para qué!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Te quiero


Hace mucho tiempo que no te digo que te quiero.
Eso no quiere decir que no te quiera.
Quiere decir que hace mucho tiempo que no te lo digo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Eva



Se llamaba Eva. Como la primera mujer que, cuentan, habitó en el planeta.
Eva porque se sentía la primera mujer que habitaba el planeta.
Única.
Porque su casa era El Paraíso.
Se llamaba Eva y había nacido la víspera de la Nochebuena y vivía toda ella en la expectativa de lo que habría de llegar.
Cuenta la leyenda del Fin de la Tierra que era meiga, por nacimiento y ley. Por sus ojos que sabían de batallas perdidas. Por su sonrisa que hablaba de guerras ganadas. Y era meiga porque nadie creía que lo fuera, pero en el fondo de sus corazones sabían de su poder.
Gustaba Eva de caminar sola, dejándose llevar del instinto de sus zapatos.
Zapatos que cuidaba con esmero pues siempre habían guiado su rumbo por el sendero de las rosas.
Rosas que tienen espinas.
Rosas que hacen sangrar y que van dejando su huella al pasar de los años: la esencia misma de su perfume eterno.
Y cuando caminaba todo el mundo a su alrededor se movía a cámara lenta.
Tenía el don de parar el tiempo, de traspasar el tiempo.
Entonces, se volvía invisible, etérea, imperceptible al ojo humano.
Aprovechaba para volar hacía aquellos momentos que jamás se olvidan aunque nos empeñemos en guardar al fondo del cajón con la ropa de verano. Los momentos vividos y los soñados, mezclando realidad con fantasía. Encuentros, citas y besos. Besos, citas y encuentros que jamás se produjeron.
O si.
Caricias de un amanecer en un campo de heno.
Susurros bajo el mar.
O esa lluvia que reunía a los amantes para protegerlos de sus miedos.
Sin paraguas, bajo la luz plomiza que irradiaba estrellas escondidas.
Se llamaba Eva y no se parecía a nadie.
Porque era la primera mujer que habitaba el planeta.
Porque era única.
Era tan fuerte y tan frágil como podía permitirse.
Y se lo permitía todo.
Tenía el don de volar cuando quería, mientras paraba el tiempo.
Solo para ella.
Solo para sus ojos que sabían ya de tantas batallas perdidas. De tantas guerras que ganar por el sendero de las rosas.
Había nacido la víspera de la Nochebuena y vivía toda ella en la expectativa de lo que habría de llegar.
Se llamaba Eva.
De apellido Sión.

domingo, 26 de octubre de 2008

Quiromancia



Al mirarse las manos en aquel momento pensó para sí qué significarían las rayas que surcaban sus palmas. Siempre pensó que todo aquel que presumía de leer el futuro a través de cualquier sistema conocido era un embustero. No se pide dinero a cambio de un don. Tenían mucho de pícaros, mucho de psicólogos, mucha calle a sus espaldas para comprender el significado de cada gesto, de cada movimiento. Pensó jugársela a interpretarlas ella misma, sin intermediarios. La línea de la vida no era corta, tampoco larga. Por su intermitencia en el trazado le hablaba de periodos de muerte, o mejor respiración asistida, cual vegetal que no crece, no reverdece y sin embargo permanece anclado a su maceta apenas con un poco de riego. Como un cactus, así era su vida, pensó, chiquito y redondito, rodeado de espinas por si alguien se aventuraba a acercarse. Lleno de jugo en su interior pero guardado de todos y para todos. Pero la mano le hablaba de rebrotes bien marcados, como cuando nadie lo esperaba, ni siquiera ella misma, regalaba flores hermosas y perfectas. Sus momentos felices pensó. Y sonrió. Ser cactus tampoco era tan malo, yo, mi, me, conmigo para seguir realizando la fotosíntesis.
La línea de la cabeza era tan recta que se dijo a sí misma que a pesar de sus sueños, de sus fantasías y las mentiras que a veces se contaba para consolarse, no hacían más que poner de manifiesto que tenía siempre puestos los pies sobre la tierra. Tan pronto se abstraía del ruido y de las voces, para vivir momentos imaginarios en su burbuja de algodón como bastaba una simple sacudida de su pelo para volver a la realidad y encontrarse frente a un semáforo que aún no se había puesto en verde para cruzar.
La del amor...siempre consiguió lo que quería, si bien es cierto que nunca como quería. Quizá por esa predisposición innata a imaginar cómo sería y cuándo sería. Surgió o debo decir, surgieron, cuando menos lo esperaba y nunca, nunca como había lo había estructurado en su película interna. Y se daba a la improvisación sin más remedio que dejar que pasara. Y terminaba pasando. Terminaba.
Volvió a mirarse las manos satisfecha de su interpretación. Nadie le había mentido con el cuento del Príncipe Azul y eso le reconfortó acurrucándose entre los brazos de su sillón. Y al frotárselas, comprobó al momento que no les vendría nada mal un masaje con crema hidratante.

Mosto


Era tiempo de mostos. Y habían cambiado la hora. Siempre me ocurre igual, con la euforia de sesenta minutos de regalo me paso una semana recordando a las doce que es la una de ayer, como queriendo que todo el mundo se entere de que se nos ha entregado una hora más para disfrutarla. Pero nadie parece entenderme: no...son las doce de hoy.
Se puede hacer tanto en una hora o tan poco, depende de en qué lado de la puerta estés.
A mi me gusta dormir.

sábado, 18 de octubre de 2008

Cada vez que me contabas una de tus historias.




Perdona. ¿De qué estábamos hablando? Se me ha ido de pronto de la cabeza.
Sería mentira.
No, no creo que fuera mentira...ya ves, las cosas que pasan. Tanto tiempo imaginando este reencuentro y ahora se me olvida lo que te estaba diciendo. Es que...a ver...yo...
¿Esperabas otra cosa?
No, no sé. Si , quizá...no...es que...
Los años pasan y no perdonan.
Eso es una frase hecha. Yo te veo igual.
Eso es que me miras con buenos ojos.
También es una frase hecha, ¿se te acabaron las ideas propias?
Bueno ¿después de todo es eso lo que querías, meterte conmigo?
¿Meterme? ¿Dónde quiero yo meterme contigo?
Claro que sigues igual. Siempre has conseguido hacerme reír.
¿Yooo? ¡No digas bobadas! El de los chistes eras tu, la que se desternillaba era yo, que se me saltaban las lágrimas cada vez que me contabas una de tus historias.
¿Ya no te hago reír?
Bueno, es que no me has contado nada... te quedas ahí parado mirándome y...
Es que estabas hablando.
Pero no me acuerdo de qué.
Sería mentira.
No empieces por favor.
¿No quieres que empiece?
¿Sabes que tienes canas?
Te veo muy observadora, pero creo que cuando nos conocimos ya apuntaba maneras.
Verás, que tienes más me refiero.
Nada, me pongo un tinte y arreglado.
¡Ni se te ocurra! Te quedan muy bien.
Eso me dicen, que estoy muy atractivo con las canas.
Iluso.
¿No te gusto?
Claro que si, so bobo, mucho.
¿Entonces?
Que no me acuerdo qué te estaba diciendo...aparte de lo bien que te sienta todo.
Eso es que me miras con buenos ojos.
(...)
¿No te esperabas esto?
No. Bueno, si, esto si.
Siempre quise besarte.
¡Ah, ya me acuerdo!
¿Si?
Te quiero.
Y yo a ti.
¿Es una frase hecha?
Olvídalo....sería mentira.....

viernes, 17 de octubre de 2008

Colomera

Esto es Colomera, un hermoso pueblecito a unos veinticinco kilómetros de Granada. En tiempos de los romanos se llamaba Columbarium que quiere decir palomar y verdaderamente hay muchas palomas, sobre todo las ves volando por encima de los tejados al amanecer. Después ya en época de Al-Andalus se vino a llamar Qulumbayra, vamos, que su nombre no ha variado mucho desde entonces. De su primitiva fortaleza solo quedan algunas ruinas solemnes y en la antigua mezquita se construyó una preciosa iglesia, la de la Encarnación, que es considerada como la Catedral de la Vega de Granada. No se equivocan. De los romanos conserva trozos de calzada, un sobrio puente y una necrópolis. De los árabes, sus laberínticas calles y la blancura de sus casas. Merece la pena conocer este rinconcito de Andalucía.



Calles de Colomera.
Iglesia de la Encarnación.


Bruno inspeccionando el terreno. Es temerario el tipo.








Laura subiendo cuestas.



Gato en la puerta de una casa.


Puente Romano.



















Laura camino de regreso de una caminata. ¿Hasta cuándo vamos a seguir subiendo?


Bruno poniendose guapo...¿he dicho guapo? guarro, guarro....quería decir.









De día y de noche es una gozada pasear por sus calles escalonadas.















Y al final, un merecido descanso.

jueves, 2 de octubre de 2008

Houston, Houston!!!




Después de lo que me ha pasado esta mañana, Houston, creo que tengo un problema. Me gusta aprovechar estos días de principios del otoño para pasear por las calles. Los olores se me antojan nuevos y hasta la luz del sol parece diferente, iluminando pero sin cegar.
Al mediodía hacía calor y como, siendo como soy una perra, no tengo por costumbre sentarme en ninguna terracita a tomar unas tapas y una cervecita. De buen grado lo haría, ahí tumbadita a la sombra de un naranjo, pero los camareros me miran raro, tengo que llevar a un humano para que me hagan caso. Iba sola así que aproveché el despiste habitual de la puerta del ayuntamiento presidida por dos guardias de escayola. Si porque nunca se mueven, la mirada perdida. Allí siempre se está fresquito. En invierno más que fresquito, pero hoy aún no es invierno. Se veía poca actividad. El suelo tan limpio y brillante que me reflejaba en ellos. Me entretuve en observar lo bien que me queda mi nuevo look tras pasar por la peluquería. Pero como quiera que no me gustan esos espacios tan desangelados me colé en una habitación donde había personas. En el fondo siempre me siento a gusto cuando estoy acompañada. Un señor con chaqueta y corbata se acababa de sentar ante el público. Tenía bigote. Parecía serio. Pero los que le escuchaban tomaban apuntes. Por un momento pensé que me había equivocado de edificio y en lugar del consistorio me había metido en un colegio. Los alumnos eran muy mayores, así que me acordé de aquella vez que estuve en un pleno y recordé que hay una especie entre los humanos a los que llaman periodistas. Gente muy rara y variopinta a la que le cuelgan unos apéndices de cables que conectan a unos aparatos que después insisten en repetir, imitando la voz, lo que dice la gente que da las conferencias. Otros tienen un tercer ojo que les sale del hombro, probablemente sea un ojo con dificultades porque no hacen más que rascarse el enorme párpado con las manos y acercarse mucho al que preside el acto. En cualquier caso, el hombre del bigote hablaba quedo y eso, para mi, que soy una perra tranquila y comodona es toda una invitación a entrecerrar los ojillos y dejarme llevar por la vida como en un suave letargo.
Pero hete aquí que el caballero del bigote en el labio pronunciaba sin parar unas siglas que me no me permitían concentrarme en mis ensoñaciones: erre, ese, e...insistía recordando a los presentes que luego, más tarde, lo explicaría con otras palabras...erre, ese, e...
No sé cuánto tardó en dar las explicaciones, los periodistas se miraban entre si sin dejar de escribir. Al final creo que, hasta yo, adormilada como estaba, me enteré de algo. Erre de responsabilidad, ese de social, e de empresas. Responsabilidad social de empresas. ¿Me sigues Houston? Mira que el problema empieza aquí. Resulta que han gastado diez mil euros ¿o debo decir invertido? en contratar una consultora que se encarga de decir a la empresa que gestiona el señor del pelo blanco y bigote, que tiene que integrar aspectos sociales tales como calidad del empleo de los trabajadores, formación continua, cumplimiento de la legalidad con los clientes, ofrecer seguridad y salud del producto que vende o servicio que presta, la no discriminación por sexo, raza, religión o discapacidad. Que le dice la consultora también que hay que proteger los derechos humanos y no forzar el trabajo, mucho menos a los niños. Que no debe aceptar corrupción o soborno, que debe permitir la libre competencia. Por supuesto, no hay consultora que se resista a no hablar del medio ambiente (¡pero si ya no es ni un cuarto de ambiente siquiera!), y así recomienda no emitir gases, vertidos, residuos contaminantes.
Houston yo creía que ser una perra llevaba incluido rascarme la oreja con la pata de atrás. Creía que es inherente al ser canino ir oliendo el suelo mientras camino, levantar la pata para orinar o , en mi caso, agachar el culo. Y por supuesto mover el rabo muy rápidamente cuando estoy contenta o sé que voy a comer, jugar o salir a la calle.
Houston, Houston ¡necesito una consultora! Bien es cierto que no dispongo de diez mil euros, pero es casi seguro que eso es muchas bolitas de pienso juntas. Pero necesito saber si al rascarme ha de ser con la pata derecha la oreja derecha o la izquierda. Saber si el rabo he de moverlo hacia los lados o de arriba hacia abajo. Y por supuesto, Houston, necesito conocer si para mear tengo que levantar las dos patitas o continuar agachando el culo.

domingo, 28 de septiembre de 2008

El hombre con el pijama de raso.




Es cierto que los borrachos no mienten. Ni los niños. Tampoco los ancianos. Pero cuánto callabas para tus adentros aquella noche larga que inventó para ti Tenesse Williams y para ella, La Gata, que no sé quién de los dos era más felino. No estabas para fiestas de cumpleaños.
Descubrí luego que había dos hombres y un destino: la inmortalidad. Montando en bicicleta no hubieras ganado el Tour de Francia, pero ni falta que te hacía, habías conseguido meterte en los bolsillos de tu chaleco de bandido de Western a todo el mundo. A ti te sentaba bien hasta el bigote.
Por cierto, Pablo, que me pregunto si tus padres no te engendraron en Florencia tras visitar el David. Bello entre los bellos, pero con fondo, como los buenos calditos reconstituyentes.
El destino volvió a juntar a aquellos dos hombres para dar un golpe maestro a la comedia de acción, intriga y final inesperado. ¡Qué golpe el de “El golpe”!
Llegó el verano y, más que largo y cálido, tórrido. De nuevo el tormento concentrado en tu mirada pegándose a tu camisa como una promesa de amor eterno. Pero tú, querido Pablo, estabas ausente de malicia.
Nominado tantas veces al gran premio optaste por el de la felicidad, ese que no te concede nadie pero que te lo vas ganando día a día a fuerza de cariño y de respeto. Y no te dolieron prendas para trabajar el buzoneo cuando tu carrera de abogado hizo aguas. Ese fue tu veredicto: saber que el color del dinero no es más que un juego de billar.
Tu vida jamás fue camino de perdición. No, los borrachos no mienten. Ni los niños. Tampoco los ancianos. Ni bebo, ni soy una niña... será que ya me acerco a una edad ¡Pero qué bien te sentaba - como a nadie- aquél pijama de raso!



viernes, 26 de septiembre de 2008

Buscando una canción


Estoy buscando una canción que me recuerde a ti. Pero no encuentro ninguna y sin embargo estás aquí, erizándome el vello con tu presencia invisible. Una banda sonora de nuestra vida. Una música para un guión escrito a borbotones.
Entre paréntesis. A escondidas. Que las notas nos escondan entre las persianas de un pentagrama, que deja entrar la luz, que te oculta de miradas curiosas, que te permiten ver lo bello que te ofrece la penumbra.
Estoy buscando una canción y de repente descubro que hay tantas. Tantas como conversaciones sin palabras. Tantas como caricias sin dedos. Tantas que no sé cual elegir. Tengo tu voz grabada en la memoria. Tengo tu aliento impregnado en mi cuello. Tu mano sobre mi pelo. Mis ojos entrecerrados. Mi cuerpo en latente letargo. De querer y no poder. De poder y no deber. De deber y no querer.
Sería tan sencillo contar con una canción. Una canción que fuese nuestra canción. La que escuchar en la distancia y acercarnos de nuevo. La que abrazarnos sin miedo rozándonos los labios.
Una canción del Universo de canciones. No importa que hable de amor. No importa siquiera que sea canción. Me conformaría con una melodía.
Tú pones la voz.
Ya me encargo yo de la letra.

domingo, 21 de septiembre de 2008

jueves, 18 de septiembre de 2008

Y nada más


Yo solo quería darme un paseo y charlar. De pronto me encontré frente a la barra de un bar hablando sin parar como si por mi boca salieran todos mis demonios exorcizados ante su presencia. Me hacía reír su voz de acento suave y melodioso. Yo solo quería hacerle compañía. Él me hacía compañía sin saberlo. Yo quería estar sola. Pero estaba con él como si estuviera sola, yo solo le hacía compañía. Podía mirarle a esos ojos grandes y limpios sin temor a ser descubierta. Poco a poco comprendía que no me importaba que me descubriera. Se habían terminado los disfraces. Nunca más una máscara. Nunca más una mentira. Mucho menos para mí. Estaba ya cansada de engañarme. De que me engañaran.
Yo solo quería ir con él aquella mañana de iniciar proyectos. Sin haberlo planeado le estaba apoyando en sus sueños que, de pronto, se habían convertido en los míos. Quizá ya eran los míos pero yo no sabía. No, yo no sabía qué pasaba. Pero lo dejaba pasar. En poco tiempo dejó de pasar el tiempo cuando estábamos juntos. Pero yo no quería más que estar con él. Y nada más. Y nada menos. Hablando sin parar dejando salir ya todos los demonios que salían para tocar la lira convertidos en dulces querubines cuando estábamos juntos. No tenía sentido seguir. No íbamos a ninguna parte. Pero no planeamos ir a ninguna parte. Al cine aquella noche.
Yo solo quería ver aquella película. Él solo me acompañaba como espectador. Y sin saber por qué nos cogimos de la mano. Como si fuera la primera vez que alguien, en el cine, se cogiera de la mano. Como si fuera la primera vez que una escena de miedo me obligara a esconderme entre su cuello. Como si fueran los primeros labios que encontraba frente a los míos. Como si fuera la primera vez que besaba.
Yo solo quería quererle. Yo solo quiero quererle. El tiempo se ha parado. Y sus ojos siguen descubriéndome y cubriéndome. No tenía sentido estar más tiempo separados. Y nada más. Y nada menos.

martes, 16 de septiembre de 2008

La quiso


La quiso. Yo sé que la quiso. Como se quiere a la niña que un buen día encuentras a la puerta de tu casa convertida en mujer. Sin las trenzas, sin el uniforme del colegio. Con tanta fuerza que casi le parte el alma en una mirada. Pero él jamás jugó a partirle el alma. Se limitó a quererla contra su voluntad, contra su propia voluntad. La conocía tan bien. Le conocía tan bien. Siempre había estado allí. Con los brazos caídos a la expectativa. Sin preguntas. Con respuestas. Solo cuando era preguntada. Nunca hubo un reproche y él se reprochaba no hacérselos a ella. Quería que volara, pero le dejaba miguitas de pan en el balcón para que regresara. Yo sé que la quiso. Como se quiere la primera vez que uno descubre que se quiere: intentando huir de ella sin soltarla de la mano. Pero no podía permitirse ser vulnerable. Le dolía tanto amor en el cuello de la camisa. Que le ahogaba sentir que ella no asfixiaba. Porque ella también le quiso. Si, yo sé que le quiso. Con el placer recién descubierto de las caricias rellenas de ternura. Con la paciencia del horno que deja cocer la empanada en su interior. Para regalársela. Para comerla juntos. Para hacerle reír como no recordaba haber reído. Para verle llorar como un niño recién amanecido.
Se quisieron. Yo sé que se quisieron. Que fueron algo más que dos. Que fueron algo más que uno.
La enseñó a volar. Y le abrió las puertas de la jaula invisible. No quería marcharse. Tanto la quería que la obligó a marcharse. Tanto le quería que dejó que creyera que se iba.
Le dolía tanto amor en los botones de su abrigo.
¡Ay cuánto se quisieron! Sin reproches. Sigue habiendo respuestas. Solo basta una pregunta.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Tengo



Tengo una chumbera en el balcón. Una chumbera que crece como si le fuera la vida en ello.
Al principio era grande. El balcón. Y la chumbera tierna. Verde. Pequeña. Como la puerta del Cine Colón.
Al Cine Colón se entraba por una puerta muy pequeña. A la vida se entraba por una puerta muy pequeña. Tierna.
Y el mundo se hace grande, muy grande ante nosotras.
Todo el mundo tiene una prima Mari Carmen. Se llama Mari Carmen y es en cada caso y siempre, la prima que todo el mundo tiene. La prima Mari Carmen. Como la clave del suceso mágico que antecede al prodigio. Como el anuncio del verano. Como la alegría de sentirse viva. Como la melancolía de un tiempo que pasó.
La vida va en autobús.
Pequeña. Tierna. Grande y con púas. La vida. Creciendo siempre la chumbera. Sin Peter Pan. Sin Campanilla.
Nunca pude atrapar a Campanilla. Y es que cuando, instantes, conseguí verla cerca, ocurrió que tenía las manos ocupadas.
Llueve. Cuando llueve en otoño afloran todas las melancolías irremediablemente y sin sentido. Y he comenzado a compadecerme con infinita complacencia.
Tengo una chumbera en el balcón. Una chumbera que crece como si le fuera la vida en ello.
Tierna. Verde. Pequeña. Como la puerta por la que se va a la vida.
Para coger el autobús. O perderlo.

Laura

No sé qué ha sucedido con el blog... he tenido que empezar de nuevo.

Aquí os dejo un pequeño resumen de todo lo anterior...

Pero seguiremos...