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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

sábado, 30 de mayo de 2009

La condena



Tres años, dos meses y nueve días. Hasta cuándo y hasta dónde me pregunto. Si, ya sabes, solo por preguntar. Curiosidad. Solo un tema de conversación como otro cualquiera. Como pudiera ser el tiempo. Pues sí que hace calor hoy. Lo mismo mañana llueve. Ya ves, lo mismo.
No, no puedo fingir indiferencia. Ni tú tampoco. Apenas unos minutos para contemplarte. Unos minutos para dibujarte en una burbuja en la que solo estamos tú y yo. Unos instantes para disfrutar tu sonrisa y tu cuello abarcado por mis ojos incisivos, incesantes.
Desprevenida. Desprotegida. Desconcertada. Y tu voz, así, unida a tu cuerpo. Es de verdad. No estoy soñando. Pero te toco y eres tú. Me abrazas y soy yo. ¿De verdad somos tú y yo? Miro a mi alrededor y todo el mundo corre, a sus cosas, a sus asuntos, como si no existiéramos. También tú tienes prisa. A mi se me ha parado el tiempo en un suspiro.
Suspiro para tomar aire. Para sentarme. Para asentarme. Para reflexionar el porqué de mi condena. De tu condena. De qué somos culpables. En un rincón, a solas, cierro los ojos y te veo.
No, no puedo fingir indiferencia. Ni tú tampoco. No sé cuántos segundos se prolongará este encuentro. Apenas unos minutos para contemplarme. Unos minutos para dibujarme de cuerpo entero y acariciar mi pelo sin tocarlo. Unos instantes para añorar mi sonrisa y tu boca en mi cuello abarcado por tus ojos que pretenden esquivarme. Que vuelven a los míos sin remedio posible.
Armada del valor que da lo efímero. Armada del valor del paso de los años. De la felicidad que viene y va a su antojo. Porque anoche lloraba. Porque hoy te he vuelto a ver. Tres años, dos meses y nueve días. Condenados a cadena perpetua. Condenados a expiar nuestra culpa. Pues si que hace calor hoy. Lo mismo mañana llueve. Ya ves, lo mismo.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Rocío

domingo, 24 de mayo de 2009

Génesis



A ver por donde empiezo. Debería hacerlo por el principio si, pero cuál es el principio. Dónde, me pregunto, comienza esta historia que todavía no sé si debe ser contada.
Yo era una loba con piel de cordero. Silenciosa, sumisa y boba. Como el humo de un cigarrillo en un cenicero sin fumar, que está pero como si no estuviera. Que termina alejándose hacia un lado u otro sin detenerse siquiera. Sin que nadie le detenga. Sin que nadie le atrape. Porque solo es humo.
Vigilante a la vez. Con los ojos tan abiertos que pareciera que se fueran a salir de sus órbitas. Escondidos tras unas gafas de sol. Y la sonrisa puesta. No fueran a vérseme los dientes. Los colmillos afilados. Con el palo de mi escoba. La que barría de día y volaba en las noches de Luna llena. Oteando la ciudad, buscando algún resquicio de magia en donde zambullirme con la precisión de una gaviota en el océano al atrapar su presa. Volviendo de vacío. Volviéndome al vacío.
No puedo concretar cuándo comenzó este afán de ver sin ser vista. De escuchar sin ser oída. De moverme en las sombras. De ser sombra. Porque hubo un comienzo. Porque todos los inicios tienen un por qué. Porque para que prenda la llama es necesario el oxígeno. Y a mi dejó de suministrárseme. Poquito a poco. La vela que se mueve en la oscuridad queriendo ser más alta que la luna.
Cuando recobré la consciencia, era una alimaña sin forma ni color. Tan transparente que se diría agua. Que no sabe a nada, ni siquiera a agua. Había conseguido escapar por la rendija de aquella ventana que nunca cerró bien.
Atrás quedaron los recuerdos. Los que me acompañaban. Los que se me olvidaron. Frente a mi un papel en blanco donde escribir mi historia.
Yo era…. Yo…
A ver por donde empiezo. Debería hacerlo por el principio si, pero cuál es el principio. Dónde, me pregunto, comienza esta historia que todavía no sé si debe ser contada.

sábado, 16 de mayo de 2009

Feria

lunes, 4 de mayo de 2009

La Sirenita



Cuando decidió irse lo hizo tras sopesar bien todas las posibilidades. Nunca o casi nunca tomaba decisiones a la ligera. No se movía por impulsos a pesar de desearlo con todas sus fuerzas. Y tenía muchas. Tenía mucha fuerza. Tanta que incluso llegó a querer no haber querido. No haber querido irse.
Nada podía con sus convicciones, ni siquiera ella misma que adoraba las expectativas de quien soñaba con los ojos abiertos. De quien era capaz de sacar partido de aquello tan insignificante como la sonrisa de un perro.
Hizo suyos los muebles y las esquinas, a pesar de sus bordes puntiagudos. Se apoderó del aire que respiraban los demás, aunque a ella le costase digerirlo. Aunque le costase su propia respiración entrecortada. Ahogada.
Se quedó con los quehaceres de la rutina diaria. La suya. La de los demás.
Y, sin embargo, caminaba tan segura de sí misma que las losas que pisaba jamás volvían a estar en su sitio. Ella sí. Siempre donde tenía que estar. Con quien debía estar. Sabiendo estar en cada momento y situación.
La palabra adecuada, la sonrisa reconfortante, el abrazo de verdad.
Pero ¿quién le sonreía a ella? ¿Quién la abrazaba? De verdad, ¿quién?
Decidió poner tierra de por medio. Como si las distancias se midieran en kilómetros. Como si no existiesen los teléfonos, ni las cartas, ni los pensamientos telepáticos. Pero era tan tajante que solo con mirarla ya se sabía que no había marcha atrás. Atrás ni para coger impulso. Ya lo tenía, a fin de cuentas, el impulso de empezar desde cero.
Pero ocurre, que a veces, solo algunas veces, poquitas en la Historia, los hados se revuelven ante tanta resolución y se niegan, como duendes traviesos a aceptar la realidad, aunque sea cruel y dura realidad.
Cuando decidió irse lo hizo tras sopesar bien todas las posibilidades. Y ya se había marchado cuando todavía estaba aquí. Aquí atrapada en un coche que se niega a arrancar el motor. En unos zapatos que aprietan hasta llenar de ampollas la piel de los pies. De los que duelen al caminar. Como La Sirenita tras conseguir sus piernas. A cambio de perder la voz eternamente.
No, no se movía por impulsos. A pesar de desearlo con todas sus fuerzas.