Es cierto que los borrachos no mienten. Ni los niños. Tampoco los ancianos. Pero cuánto callabas para tus adentros aquella noche larga que inventó para ti Tenesse Williams y para ella, La Gata, que no sé quién de los dos era más felino. No estabas para fiestas de cumpleaños.
Descubrí luego que había dos hombres y un destino: la inmortalidad. Montando en bicicleta no hubieras ganado el Tour de Francia, pero ni falta que te hacía, habías conseguido meterte en los bolsillos de tu chaleco de bandido de Western a todo el mundo. A ti te sentaba bien hasta el bigote.
Por cierto, Pablo, que me pregunto si tus padres no te engendraron en Florencia tras visitar el David. Bello entre los bellos, pero con fondo, como los buenos calditos reconstituyentes.
El destino volvió a juntar a aquellos dos hombres para dar un golpe maestro a la comedia de acción, intriga y final inesperado. ¡Qué golpe el de “El golpe”!
Llegó el verano y, más que largo y cálido, tórrido. De nuevo el tormento concentrado en tu mirada pegándose a tu camisa como una promesa de amor eterno. Pero tú, querido Pablo, estabas ausente de malicia.
Nominado tantas veces al gran premio optaste por el de la felicidad, ese que no te concede nadie pero que te lo vas ganando día a día a fuerza de cariño y de respeto. Y no te dolieron prendas para trabajar el buzoneo cuando tu carrera de abogado hizo aguas. Ese fue tu veredicto: saber que el color del dinero no es más que un juego de billar.
Tu vida jamás fue camino de perdición. No, los borrachos no mienten. Ni los niños. Tampoco los ancianos. Ni bebo, ni soy una niña... será que ya me acerco a una edad ¡Pero qué bien te sentaba - como a nadie- aquél pijama de raso!