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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

lunes, 27 de julio de 2009

El virus


No, no es que la melancolía se haya apoderado de mí. No he tenido tiempo ni para rascarme, como se suele decir. Un día de actividad frenética. De correr literalmente de aquí para allá. Definitivamente no hay lugar para pensar en nada ni en nadie y sin embargo te echo de menos.
No acierto a comprender el resorte que hace que aparezcas y desaparezcas de mis pensamientos cuando menos lo espere o lo busque. Porque me juegas muy malas pasadas ¿sabes? No es de recibo que esté atendiendo a alguien que me está planteando algo muy serio, algo que cree que es muy serio, y tu salgas por detrás haciendo morisquetas. No te resisto cuando me sonríes a la vez que me guiñas un ojo, tan sinvergüenza tú, tan irreverente por momentos y yo allí de pie aguantando el tipo intentando no pestañear. Parecer interesada en lo que me cuentan. Sin reírme. Sin mirarte.
Si pudiera… te daría un pellizco en el brazo para hacerte saltar a mi lado. Para que reaccionaras. Alguien tiene que poner orden aquí. Y tú te empeñas en sacarme de mis casillas con tu sonrisa traicionera.
Si, te echo de menos. Sin tristeza. Sin pensar cuándo volveremos a encontrarnos. Sin remordimientos. Ganas de estrujarte simplemente. Como cuando queríamos convencernos que no pasaba nada. Como cuando era un secreto a dos voces, la tuya y la mía que callábamos para no reconocerlo ante nadie. Ni siquiera ante nosotros. Echo de menos tu voz, como tú la mía. Como cuando no necesitábamos hablarnos para sabernos. Para abrir un paréntesis a la monotonía. Y le pregunto a la pared si estás pensando en mí, con la ilusión puesta en una grieta que se me figura un caballo a punto de desbocarse. Entonces ya no estás y es cuando descubro que has vuelto a jugármela. Y el caballo ha volado ¿a tu pared?
Si pudiera…
El amor es una enfermedad de tipo vírica. No hay ningún médico que encuentre explicación científica al respecto. Un virus, que tal que entra, sale.
Yo tengo un amor incurable.

sábado, 18 de julio de 2009

Opus




Había comprado en el bar de al lado una lata de refresco. A las tres de la tarde, con aquel calor, solo le apetecía estar tumbada a la sombra de una palmera en las playas de Tahití. Soñar es gratis se dijo y sin embargo se le estaba yendo una pasta en vivir en primera persona una de las peores pesadillas a las que puede enfrentarse el ser humano.
Aún quedaban unos minutos para la hora convenida y decidió subir hasta su casa y tomárselo con calma. Era inevitable, lo mejor era estar preparada mentalmente. Aunque en realidad, por mucho que te cuenten, por muchas experiencias de otros seres que han sobrevivido a ello, era ella quien tenía que enfrentarse sola a la situación.
La estancia vacía, aún sin muebles, no invitaba precisamente a la reflexión. Decidió sentarse en el suelo, lleno de polvo, y apoyar su espalda contra la pared. Por la ventana amplia del salón que da a la calle aún quedaba una rendija que iluminaba parte de la esquina, casi la rozaba con los pies al estirar las piernas. Se fumó un cigarrillo mientras bebía y esperaba. Luego vino otro y otro más, recogió las colillas y las metió dentro de la lata vacía.
El sol ya se subía por las paredes del rincón. Sin darse cuenta se quedó traspuesta. Había pasado una hora. No podía creerlo: dormirse en semejante postura. Le dolía el cuello de haber dejado la cabeza colgando sobre su hombro, el codo de apoyarlo en el suelo, la mano, de soportar el peso del brazo. Hizo ademán de levantarse, pero sus fuerzas le habían abandonado momentáneamente. Cuando por fin lo consiguió a duras penas hizo un recorrido por toda la casa para acomodar la vista, para adaptarse como un toro en los chiqueros al destino que aparecería de pronto a la vuelta de la esquina. El destino fatal que se escribe con sudor de sangre y paciencia, la que ya comenzaba a faltarle, la que hacía que su corazón palpitase a mayor velocidad cada segundo de más que superaba la hora pactada.
Setenta y nueve minutos más tarde aparecía por la puerta aquel hombre de aspecto descuidado, menudo, curtido por el sol, con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuera divertido, como si repartiera felicidad a su paso.
Esta vez, al albañil se le había caído la bujía de la moto “y he tenido que cambiarla señora”.
*Obra, viene del latín, opus. Los albañiles saben latín.

viernes, 10 de julio de 2009

¿Bailamos?



No creo que sea tan difícil. Haremos como si no nos conociéramos. La tarde ha pasado tan lenta como tediosa. La poca luz que se colaba por las rendijas de las persianas ha dado paso a las velas que no han hecho más que espesar el ambiente espeso ya de por sí.
Me encantaría conocer a alguien como tú.
Recorriendo cada una de las habitaciones voy pasando el tiempo inventando historias de todos los que me rodean. No, no hay nadie como tú. Pero muchos me hacen sonreír. ¿Una copa? ¡y por qué no, siempre que no lleve alcohol! Me mira algo extrañado. Cree que no me doy cuenta. Yo hago como si se lo creyera. Y hablamos. Poco a poco cada vez más cerca. Suavemente, como si pensase que no se entera, cada vez más lejos. Su mirada recorre lugares increíbles porque sabe que no me lo creo, aunque haga ¡oh!. Mis ojos me delatan. ¿Dónde habré dejado yo las gafas? Me distraigo y se va. Suelto la copa dando vueltas alrededor de la mesa del recibidor repleta de restos de canapés y vasos de tubo manchados de carmín. Por eso salgo a la piscina que me dé el aire. Ni siquiera brisa sopla en esta noche tan plomiza como amarillenta. Como envejecida con hojas de té. Una camarera me ofrece un San Francisco. Siento que me he colado en una película diferente a la del guión que escribí. Nunca debí dejar que aquél individuo se hiciese con los derechos de la historia. La mueca hacia arriba de mi cara me recuerda que entonces no habría venido a esta fiesta, no habría conseguido el premio al mejor guión original en esta segunda historia firmada ya por mí. Y para mí.
No es tan difícil porque apareces de pronto buscándome. Te he reconocido al instante. Es como si nos conociéramos. La tarde ya anunciaba con su poca luz que te encontraría. Las velas. Te encantaría conocer a alguien como yo.
Recorriendo cada una de las habitaciones vas pasando el tiempo como a contrarreloj. Sin inventar historias de los que te rodean. No, no hay nadie como yo. Con una sonrisa que hace chispas el cuarto, rechazas una copa. Total, no tiene alcohol.
Y como si llevásemos las gafas puestas… ¿bailamos?

domingo, 5 de julio de 2009

La Lluvia en Sevilla es una pura maravilla.




En el butacón, con los pies sobre la mesa pasó la mirada por su alrededor. Todo estaba en calma. Esa extraña calma tras la tempestad, donde reina el desorden pero no se mueve ni una hoja. Encendió el televisor sin pensar, sin buscar un canal determinado. Como si de un augur moderno se tratase, a ver qué decía. Porque aquél aparato había formado parte de la familia desde los orígenes de su creación y su palabra, como la de un sabio, era palabra de ley. Aunque estuviese mal dicha, aunque fuese mentira. Era un acto de fe tan cotidiano que analizarlo hubiese supuesto un esfuerzo especial y un gasto de energías de las que en aquél momento carecía. En realidad ni siquiera tenía fuerzas para prestarle atención. ¿Atención? ¡algo faltaba en aquel paisaje! Las cortinas, como siempre mal descorridas. Las ventanas a medio abrir. Los cojines a medio colocar, como en un equilibrio imposible y sin embargo equilibrio.
En el butacón no dormitaba el perro como de costumbre ¿Dónde se habrá metido? Bajo sus pies, desparramado boca arriba, media lengua fuera disfrutaba Bruno de una maravillosa siesta de tarde noche.
La lámpara a medio encender. La ropa a medio tender entre los respaldos de las sillas del comedor. Quedaba poco para la llegada de la primavera pero la humedad aún era la reina del lugar. No recordaba tantos días de lluvia así seguidos.
El cenicero lleno de colillas. Con los pies sobre la mesa algo faltaba a su alrededor.
La tele, tras una larga tregua de publicidad anunció de pronto el comienzo de una película. ¡No puede ser van a poner My Fair Lady en televisión! Y como un resorte mágico en sus piernas cansadas se incorporó rápidamente para explayarse en un sofá que mantenía en extraño equilibrio unos cuantos cojines.
Entonces descubrió que aquel paisaje había estado durante demasiado tiempo falto de espacio. Espacio para tumbarse entera en un sofá y seguir manteniendo el equilibrio.