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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

domingo, 26 de abril de 2009

Sin querer...



Estabas ahí. Era como si el tiempo no se hubiese detenido, que al correr, al galope por la vida, una rama invisible, un ratón asustado o quizá un agujero por tapar le hubiera hecho retroceder tan rápido como le permitiesen sus alas de papel de cebolla. Como las mariposas que dibujaba en el colegio. Como las láminas que protegían el álbum de fotos de la boda de mis padres.
Estabas ahí. Con tus rizos acariciando las futuras arrugas de tu frente. Rebeldes, alegres, soñadores y seguros. Y yo con los ojillos abiertos como el ropero en entretiempo, sin saber si sacar la ropa del altillo. La de verano. La de colores vivos. La que no da calor. La que no te permite jugar al escondite.
Apenas unos metros mientras todo se movía, tus ojos y los míos engarzados tirando hacia detrás. Parados. Sin dejar de mirar en los recuerdos. Tal como eras. Tal como era.
Como si no pasara nada. Como si lo esperásemos. Como si hubiéramos llegado tarde a una cita, así fuimos acercándonos poco a poco, con la sonrisa de quien no quiere delatar el pellizco en el estómago. Con la serenidad que te traiciona al esconder las manos en los bolsillos. Y volverlas a sacar para abrazarnos. Como si no pasara nada. Con la electricidad recorriendo las fibras de tu camisa y mi chaqueta. Como si no quisiéramos. Cerrando los ojos un instante de temblor imperceptible. Como si estuviese ensayado. Como si estuviese planeado.
Estabas ahí. Yo llevaba los apuntes de clase. Tú los pantalones recién planchados.
Al separarnos, con las manos aún cogidas, quise ver tus canas y tú buscaste bajo mi blusa esos kilos de más. Yo, encontrar los pliegues en tu cuello. Tú, los surcos que hacían un paréntesis junto a mi boca. Solo sentí el calor de tus dedos recorriendo los míos. Tú, el escalofrío de mis manos abandonadas a las tuyas.
Si, estabas ahí. Como si el tiempo no se hubiese detenido entre nosotros.

martes, 21 de abril de 2009

Matemática


Cuando no podía más se marchaba a la playa a fumar un cigarrillo y volver con fuerzas renovadas. Con la sensación de haber dejado escapar entre las olas el amargo recorrer de su existencia. No es que allí fuera libre. La libertad era una quimera de unos pocos que tuvieron los redaños para pagar su precio. No es que allí se encontrara consigo misma. Hacía tiempo que se había perdido en un túnel sin ventanas donde no vislumbraba la salida. Acudía allí para respirar el aire que le faltaba. Para llenarse los pulmones tanto como pudiera y conseguir llorar. Jamás lo consiguió. Se dolió de su desdicha en confesión pidiendo penitencia. Se consoló con el frío que ruborizaba sus mejillas. Pero no pudo llorar. Acudía de noche. En invierno que es cuando más echaba en falta sus abrazos. Los del mar. De lejos, sentada en la arena, se le ofrecía resignada. De lejos, observando cada uno de sus movimientos, intentando recomponer un puzle al que le faltaban piezas.
No tenían sentido aquellos arranques de huída cuando sabía a ciencia cierta, tan cierta como que dos y dos son cuatro, que volvería habiéndose tragado toda la sal de un sorbo. Que le escocería en la garganta durante mucho tiempo después. A la vuelta. Al volver soñando que eran cinco. Dos y dos.
Disimulaba irguiendo la cabeza y recogiéndose en silencio en una cama de sábanas impolutas. Con muchas, muchas mantas sobre su cuerpo tan frío como etéreo. Por temor a fugarse mientras dormía. Para seguir sujeta contra la ingravidez de su persona.
Si es que seguía siendo una persona.
Cuando no pudo más, se refugió en un cine. Se conformó con saber que volvería a casa sola sin nadie con quien comentar la película. Contenta con la seguridad de las butacas vacías a ambos lados de sus brazos. Comiéndose a puñados las pipas peladas que había comprado antes de entrar. No se atrevió después a acudir a la playa a fumarse un cigarrillo. Demasiadas emociones para una primera vez.
Cuando descubrió que podía más. El cine solo fue una excusa para beberse el mar a borbotones. Contó las olas poco a poco, con los dedos, como si estuviese, de pronto, aprendiendo a sumar.
Muy despacio, descubriendo el tacto de la piel del océano. Dos y dos son cinco.

lunes, 6 de abril de 2009

El mechero


Si, Juan Andrés, ¿quieres decirme dónde has puesto mi mechero? Dime ahora qué voy a hacer cuando pierda el bolígrafo ¿eh? ¿A quién voy a buscar? Sabes que con tu habitual despiste tienes la mesa llena de los bolis de todos, los bolsillos con los mecheros de todos...

¿Por qué te has ido? Ahora estabamos bien. Buen rollito, me dijiste el miércoles... pero no, tu vas y te largas, sin avisar.

Eso no se hace ¿entiendes?

Habíamos hecho planes: por lo menos un programa en la calle cada quince días. Lo pasabamos muy bien juntos, tú me entendías...y yo a ti.

¿Quién me va a pegar ahora las canciones antiguas desde primera hora de la mañana?

Y con quien me voy a ir, dime, ahora, a fumarme un cigarrito a escondidas.

Quien me dirá que le doy vida al programa.

¡Responde! ¡Dí!

Quien me dirá que el mundo debería ser gobernado solo por mujeres. Quien me dirá que estoy muy guapa y que los kilos me sientan de maravilla.

Quién bailará conmigo las canciones de los Village People, Juan Andrés, dimelo por favor.

Dime con quien voy a bromear ahora. A quién le voy a decir lo bien que le sientan los politos de Ralph Lauren que sabes que no me gustan... nada más que cuando tu los llevabas puestos, así, medio descamisao...

Esto no se hace Juan Andrius, esto no se hace....

Jerez en primavera

Una manera como otra cualquiera de disfrutar de un domingo soleado y especial donde se aplica a rajatabla el refrán que dice: Domingo de Ramos, quien no estrena, no tiene mano.

Laura ha estrenado un teleobjetivo para su cámara de fotos. Espero que os guste.

¡Esto cansa menos que montar en bicicleta!