Lo demás llega solo. Basta con saber jugar las miradas sin guardar ninguna bajo la manga. A brazo descubierto. ¡Nada por allí! ¡Nada por allá! Todo por aquí en un mensaje sin palabras.
Había recorrido todos los kilómetros que debe andar el hombre para encontrarse a sí mismo. Una y otra vez sin hallar respuestas a sus cada vez más incisivas preguntas. Porque giraba como la rueda del molino. Machacando cada uno de los minutos de su vida sin ver más allá que la tierra reseca bajo sus pies. Otros se comían el pan a sus espaldas cada vez más vencidas por el peso de los correajes.
Tuvo que caer de bruces para darse cuenta que, en ocasiones, de vez en cuando, el sol no solo aparece cada mañana para dar calor. También es capaz de iluminar y dar verde a los campos. Azul al mar y oro de trigo a la arena de la playa.
Descubrió que pararse y dejar de caminar también era una forma de saberse. Y entonces supo que era demasiado tarde. Pero no imposible. La magia no tiene edad. Es solo magia. La principal regla consiste en que no hay reglas que valgan. Las que valen son pura ilusión. El espejismo de su público.
Sin un cristal oscuro que le protegiera, cayó cegado de una sonrisa y solo tuvo que mover los labios hacia arriba para responder.
Lo demás llegó solo. O estaba desde siempre. O no estará jamás. O solo lo soñó.
Al despertar, las sábanas estaban revueltas. No había nadie a su lado. Solo la sonrisa permanecía intacta. Grabada para siempre en su corazón de piedra de amolar. Entonces fue consciente de su propia inconsciencia.
Descubrió que amanecer y ver la luz del día no determina estar despierto. Y entonces supo que no hay tiempo que valga. Que todo es caminar en círculos con una carga a cuestas. Que caerse de bruces se paga con el precio de la felicidad.
Lo demás… lo demás llega solo.