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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

sábado, 28 de febrero de 2009

Solo



Lo demás llega solo. Basta con saber jugar las miradas sin guardar ninguna bajo la manga. A brazo descubierto. ¡Nada por allí! ¡Nada por allá! Todo por aquí en un mensaje sin palabras.
Había recorrido todos los kilómetros que debe andar el hombre para encontrarse a sí mismo. Una y otra vez sin hallar respuestas a sus cada vez más incisivas preguntas. Porque giraba como la rueda del molino. Machacando cada uno de los minutos de su vida sin ver más allá que la tierra reseca bajo sus pies. Otros se comían el pan a sus espaldas cada vez más vencidas por el peso de los correajes.
Tuvo que caer de bruces para darse cuenta que, en ocasiones, de vez en cuando, el sol no solo aparece cada mañana para dar calor. También es capaz de iluminar y dar verde a los campos. Azul al mar y oro de trigo a la arena de la playa.
Descubrió que pararse y dejar de caminar también era una forma de saberse. Y entonces supo que era demasiado tarde. Pero no imposible. La magia no tiene edad. Es solo magia. La principal regla consiste en que no hay reglas que valgan. Las que valen son pura ilusión. El espejismo de su público.
Sin un cristal oscuro que le protegiera, cayó cegado de una sonrisa y solo tuvo que mover los labios hacia arriba para responder.
Lo demás llegó solo. O estaba desde siempre. O no estará jamás. O solo lo soñó.
Al despertar, las sábanas estaban revueltas. No había nadie a su lado. Solo la sonrisa permanecía intacta. Grabada para siempre en su corazón de piedra de amolar. Entonces fue consciente de su propia inconsciencia.
Descubrió que amanecer y ver la luz del día no determina estar despierto. Y entonces supo que no hay tiempo que valga. Que todo es caminar en círculos con una carga a cuestas. Que caerse de bruces se paga con el precio de la felicidad.
Lo demás… lo demás llega solo.

lunes, 23 de febrero de 2009

Lunes de Carnaval




¿Quién eres? Me pregunto cada vez que te encuentro sin querer escuchar la respuesta.
¿Quién soy? Se me asoma a la garganta en el instante justo en el que pienso en tu nombre.
¡Ay tu nombre! Y qué más da, como cualquiera, si eres tú en cuerpo y alma.
Aquel salón inmenso de puertas abiertas, noche de máscaras. Noche de acechos.
A hurtadillas el juego de encontrarnos.
A escondidas rozándonos despacio para que no se notara.
Noche de risas.
Como si no pasara nada.
Como si no fuera con nosotros.
Con algo más de mil palabras por minuto.
Desbordando las historias de los otros. Las de todos los días. Como cualquier día.
No hace falta mentir si eres parte del sueño.
Solo cerré los ojos para verte entero. Milímetro a milímetro para no olvidarlo.
Para no olvidarte.
Por si te despertabas.
Por si me despertaba.
Entero en mi recuerdo.
Cuando no se tiene nada que decir, mejor decirlo todo.
Un suspiro que habla. Un sí que aprueba.
Te dejo. Me dejo.
Un bolero que suena, no sé muy bien por dónde. Quizá debajo de la cama. En la ventana cerrada coreando el viento. No sé de dónde viene, el bolero que suena. Solo veo tu cuello recibiendo mis besos y tu boca que juega a encontrarse en mi espalda.
¿Quién eres? Me pregunto cuando me abrazas. Cuando me disminuyes en tus manos que todo lo abarcan.
¿Quién eres? ¿Dónde estabas?
¿Quién soy? Me aprieta en el estómago al despeinarte las ganas.
Al seguirte despacio con mi dedo.
Al darte la bienvenida a mi casa.
Y si no te conozco qué importa nada.
Y si no me conozco a ver quién es el guapo que un día da la cara.
Es Lunes de Carnaval.
Es como un juego. Jugar no cuesta nada. Perder… eso ya es otra historia.
Pero no sé, por ahora prefiero no quitarme la máscara.
Porque no hace falta mentir si eres parte del sueño.
Y cuando ya no tienes nada que decir, mejor decirlo todo.

sábado, 21 de febrero de 2009

Tu nombre

...Y me lo guardo, tu nombre, para gritarlo en silencio, cuando nadie nos vigile. Cuando solo tu lo escuches. Cuando solo yo lo escuche.
Tu nombre. Mi nombre.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Pecado original





Se quedó bloqueado de repente. Estaba caminando pero, de pronto, dejaron de responderle los pies. Era consciente de lo que ocurría pero todo giraba a su alrededor como si se hubiera vuelto invisible. Mejor, todo pasaba en imágenes tan rápidas que su cerebro no podía procesar. No era una vida que se le proyectaba como una película. No. Eran muchas vidas que no dejaban marcas, por mucho que pasaran por su lado rozándole la espalda. Como empujando sin querer, sin pedir disculpas.En medio de la nada. Inmerso en el todo. Sin ser parte ni juez. Pero siendo testigo mudo de un ser inexistente. Sumergido en un océano donde ya comenzaba a faltarle la respiración. Ahogándose poco a poco sin poder remediarlo. En un abismo sin peces de colores.Cerró los ojos para cambiar su suerte. Para abrirlos de nuevo en un último aliento de oxígeno. No, no estaba soñando, no era ninguna pesadilla, lo supo por el sudor frío que corría por su espalda. Por los latidos de su corazón, cada vez más intensos. Porque seguía viendo a la gente pasar sin percibir siquiera su presencia. Porque no había sábana con la que cubrirse la cabeza para protegerse. En un arranque desesperado quiso mover los brazos y los pies. Descubrió horrorizado que cobraban vida propia, sin poderlos dirigir avanzaban torpemente sobre un asfalto desigual, lleno de adoquines rotos que le hacían tropezar. Quería llegar hasta su casa, tocar su puerta, tocar sus muebles y abrazar sus recuerdos hasta quedar exhausto. Apenas unos pasos comprobó que no caía, solo trastabillaba en un camino lleno de obstáculos que ir salvando. No podía correr pero intuyó que llegaría. Y el aire comenzó a entrar por sus pulmones a borbotones. Se paró un instante y respiró. Respiró. Respiró. Y respiró.Lo supo por el cambio de temperatura repentino. Por los latidos de su corazón, acompasados al fin. Por el tacto de su piel sobre su piel. Por el llanto que surgió de su garganta anunciando su presencia. ¡Ha sido un niño! Acertó a escuchar mientras cerraba los ojos de placer.

viernes, 13 de febrero de 2009

La espera


El tiempo, lo que pasa,

es que se toma, a veces,

mucho tiempo.

domingo, 8 de febrero de 2009

... si la dicha es buena




En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí.

Lo sé porque camina como si quisiera pasar desapercibido. Con una seguridad impropia del que se siente en territorio particular. Ni mira, ni contempla. Ni se fija en horarios o anuncios. Para imprimir confianza. Para imprimirse confianza. En la mayoría de las ocasiones coge un taxi, si es que se ha bajado de un tren de medio o largo recorrido. Si es un cercanías, es que viene a trabajar o estudiar. Rara vez se coge el tren para visitar una ciudad y pasearla. A no ser que sea extranjero, que no es el caso. Porque los extranjeros no necesitan decir que son de fuera. Lo son a todas luces. Y a todas sombras.

A la hora de llegar, si hay que esperar, se hace el interesante. Suele llevar periódico o libro para distraerse. O para que nadie le distraiga. Otros se embullen en su burbuja musical aderezada por unos auriculares minúsculos que les desconectan de cualquier otra manifestación de vida que aparezca en su entorno inmediato. 

Yo prefiero dormir. Sentarme y dormir. Como si de una abdución se tratara. No hay nada que me lo impida. Nada que no sea ir cerrando los ojos poco a poco y dejarme atrapar por el sopor placentero que debe sentir el niño mientras su madre le acaricia la mano en la cuna. Los párpados se vuelven de plomo y las conversaciones de los alrededores comienzan a cobrar vida en forma de letras primero, de colores que se mueven, imágenes después que van trenzando historias inconclusas. Las que se dan por sabidas. Las que nunca conocerás el desenlace por bajarse en la próxima parada. O por superar la fase REM. O porque no es lo suficientemente atrayente para que tu cerebro - el mío - le eleve a la categoría de sueño. En cualquier caso me duermo. Y como un resorte automático del mundo, abro los ojos antes de llegar a mi destino. Miro alrededor comprobando que nadie me observa, es seguro que he dado alguna que otra cabezada, incluso temo que hasta un ronquido. La desviación del tabique nasal, aunque imperceptible a simple vista, es lo que tiene, y me yergo en mi asiento alargando el cuello. Si, verdaderamente somos capsulitas herméticas. 

En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Tiene miedo de llegar tarde y tener que esperar ante la indiferencia de quienes le rodean. O volverse a su historia un día más. Para volver a correr y no perderlo de nuevo.

En la estación de trenes siempre hay alguien que no es de aquí. Yo soy la que sueña, la que imagina historias. Yo soy la que duerme.

viernes, 6 de febrero de 2009

Historia de un letrero

Hermosísimo vídeo para reflexionar.

martes, 3 de febrero de 2009

¿?¿?¿?


Sirvo para un roto y un descosido.

¿Para cuándo un traje de alta costura?

domingo, 1 de febrero de 2009

De algodón y de espuma



Rondaría los siete años. Probablemente menos. Mi hermano acababa de nacer. Era más grande que los muñecos con los que jugaba por eso me era tan difícil poderlo coger entre mis brazos. Además se movía y solo lloraba para engancharse a la teta de mi madre. Yo le observaba chupar y desbordarse de leche por la nariz. Fue entonces cuando me enseñaron una foto mía de pequeña. Porque yo no recordaba haber sido semejante trozo de carne con ojos que solo sabía mamar y dormir.
Y me vi en blanco y negro repantingada en un sillón con los ojos abiertos de par en par. Una cara de ángel, no por bella o singular, por lo que me recordaba a las pinturas de las iglesias, a las imágenes de las iglesias, así de ensimismada. Así de feliz y satisfecha. Así de regordeta y pelo alborotado. Así de simple.
Fue entonces, creo recordar, que durante el verano me dediqué a soñar que podía vivir en una nube. Ellos podían. Los ángeles. Me tumbaba boca arriba en el jardín y, además de componer figuras con ellas, me imaginaba saltando de una en otra. Porque eran de algodón. O de espuma. Y yo también podía. Entonces veía el mundo desde arriba. Mi mundo. Solo mi perro sabía donde estaba porque me ladraba de vez en cuando para avisarme de la presencia de algún entrometido. Bajaba y hacía como la que no estaba. Como la que nunca había estado. Solo nosotros conocíamos el secreto. Solo yo podía ver a todos desde lo alto. El niño bajo la sombra de los pinos pataleando al viento. Mi madre regando con la manguera empapando la tierra y las hormigas que salían despavoridas. Mi padre recostado unos minutos como si no estuviera dormido. Dormido.
En mis viajes sobre el limbo, porque nadie había dicho todavía que no existiera, llegué a alcanzar tal técnica y destreza que ya no necesitaba un césped o una nube concreta en la que posarme. No tenía siquiera que cerrar los ojos para que el algodón hecho de espuma fresca me arropara. Para hacerme acompañar de quien quisiera.
Si te veo y no te miro. Si te oigo y no te escucho, ládrame como si fueras un perro para avisarme de la presencia de algún entrometido.