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Soy una perra mestiza. No creo en las razas, si en las especies. Y en las especias...porque yo soy especial.

sábado, 25 de diciembre de 2010

domingo, 5 de diciembre de 2010

Polo Ralph Laura



Como perra vuestra que soy os debo una explicación, y yo os la voy a dar: (sirva esto como mi pequeño homenaje a Berlanga)
Vivo en un lugar al que llaman ciudad. Es tan grande que sí se puede denominar así, además, cuenta con todos los incovenientes de las grandes ciudades: hay mucho ruido, un tráfico horroroso, las cuentas hablan de muchísimas personas en paro, es decir, sin trabajo... pero yo no me lo creo porque cuando hacen manifestaciones para pedir empleo solo van cuatro gatos con pancartas armando jaleo por las calles, que digo yo, que si de verdad las cifras fueran las correctas era para que salieran todos a las calles en una sola voz, pero no, aquí solo se manifiestan cuando hay una procesión. A mi, personalmente, mejor dicho, perrunamente, no me gustan las procesiones porque los tambores, al igual que los truenos de las tormentas, me asustan una barbaridad y tampoco soy amiga de las aglomeraciones.
Curiosamente, esta "gran ciudad" también se parece mucho a un pueblo pequeño, y es que todo el mundo se conoce, una no puede ir de incognita a ninguna parte, no hay apenas actividades culturales y las que hay se reducen a unas cuantas exposiones en locales privados, un teatro, eso si, maravilloso, que se esfuerza en programar espectáculos de nivel y para de contar porque lo que llaman "cultura" es lo que yo llamo tradiciones. En este lugar remoto, antaño famoso por sus vinos y caballos, se pretende seguir anclados en un pasado decimonónico que aburre a las ovejas y si no sales en la foto, no eres nadie. Eso si, para salir en la foto has de cumplir una serie de requisitos por aquello de que una imagen vale más que mil palabras y aquí la imagen se cuida muchísimo. O mejor dicho, si no das la imagen que se quiere, no cuentas.
Dicen que son europeos porque han "¿puesto?" un carril-bici, pero las que cedió el Ayuntamiento duraron nada y menos ¿qué pasó con esas bicicletas? ahora lo que queda es el recuerdo, cual monumento a la bici desconocida, de los aparcamientos que se instalaron en distintos puntos de la localidad que, entre otras cosas, sirven para que mis congéneres los perros, los marquemos para señalar nuestro territorio.
Ahora llega la Navidad y por unos días se olvidan de todo, es curioso, no les gusta la lluvia, pero en un día como hoy que caen chuzos de punta y hay un tormentón del quince, el personal se va de zambombas, véase cantar villancicos, beber, comer pestiños y todas esas cosas de las fechas. No está mal, hay que divertirse por muy malos tiempos que corran y si, además, dan el vino y los pestiños gratis, ni cien mil palabras más... También ocurre que, de repente, como que se les ablanda el corazón y se vuelven más solidarios que nadie, todo son actos benéficos, rifas, mercadillos y venta de calendarios, hasta los rumanos que pululan por el centro se han apuntado al carro de los almanáques con las imágenes de todos los santos del mundo... el resto del año ahí te pudras que ni la lastimera letanía de la mujer tullida al lado del Gallo Azúl repitiendo "señooora, señooora" les conmueve lo más mínimo.
En este lugar, si vistes informal, o sin nada, como voy yo, a pelo, de nada sirve que digas que te has apuntado a la moda del "low cost", ni te miran... es por eso que he decidido que, para una vez que me explayo, vestirme de Ralph Polo, o mejor dicho de Polo Ralph Laura...
(¿continuará?)
P.D.- Ni entro, ni salgo en las reivindicaciones de los controladores aéreos, pero desde mi perruna opinión, han demostrado que la unión hace la fuerza... que tomen nota los que se hacen llamar sindicalistas (¡Guau, lo que he dichooooo!)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Elvira, Laura y Bruno


Nada mejor despues del baño que echar una siesta en buena compañía...

lunes, 30 de agosto de 2010

Cuento


Érase una vez un hombre que escribía los cuentos al revés: "Y colorín colorado..."

domingo, 8 de agosto de 2010

Primer mes de Elvira


Si, ya tiene un mes y ahora se me antoja muy lejano el largo embarazo de molestias y temores...
Aquí está, tan pequeña y tan grande a la vez, los misterios de la vida. Ha llegado cuando jamás imaginé verme de nuevo con un bebé en los brazos ¡y que fuera mío!
Toda ella un regalo de la vida.

lunes, 19 de julio de 2010



Su nombre es Elvira.
Llegó a este mundo el pasado día ocho de este mes de julio.
Me ocupa las veinticuatro horas... mejor dicho, me llena las veinticuatro horas del día.
¿Si soy feliz?
¡¡¡¡Siiiiii!!!!

viernes, 25 de junio de 2010

Complicaciones


Era tan fácil. Tan sencillo que se hacía complicado.
Una mirada sin palabras. Una sonrisa sin despegar los labios. Un abrazo con brazos. Una caricia de dedos trenzados. Entre las sienes y la nuca.
Lamento cada uno de los besos que no te di.
Cada vez que esquivé tus ojos para que no me descubrieras.
Cada tono de voz que maticé para que no me identificaras. Para que no te enteraras.
Cada vez que sonreí cuando quise llorar. Cada vez que lloré cuando quise encontrarme recostada en el hueco de tu hombro.
Era tan fácil…
Hubiera sido tan fácil…

viernes, 4 de junio de 2010

La siesta


La habitación estaba fresca, quizá porque la abuela se encargaba de mantener en penumbra aquella estancia para preservarla de los rigores del verano. Tenía las persianas de madera bajadas hasta el fondo de la ventana, lo que daba un tono azulado al entorno que invitaba a dormitar.
La cama amplia de sábanas limpias y frescas con el cabecero dorado y ese cuadro de San Antonio con el Niño Jesús en brazos presidiendo la escena.
Fuera, un patio ajardinado con jazmines y un limonero probablemente primo hermano del de los recuerdos del poeta, aunque no había huerto. Sí un grifo adosado a la pared, para llenar la regadera, un grifo que siempre goteaba y susurraba bajito al atardecer.
La siesta era un regalo para las niñas buenas que habían tomado toda la comida sin rechistar.
La siesta era la antesala del parque y los helados.
La siesta era la casa de la abuela, los primos, el verano…

jueves, 27 de mayo de 2010

Si.


Abrir los ojos y verte.
Todo.

domingo, 16 de mayo de 2010

Desahogo


... yo creo que tó los males que tengo no son del embarazo, la pesadez o la almorranilla que le ha dado por asomarse...no, yo tó lo que tengo es el cabreo de las medidas de Zapatero... a mi me quitan el cinco por ciento pero lo que más me ha jodido es que se lo quiten a mi padre de la pensión después de toda su vida trabajando como un desgraciao... es que me indigna...
me indigna ver luego tanta "clase" política sin clase, llevándoselo calentito... esa casa Real diciendo que qué buena es la Seguridad Social estando en un ala privada del hospital, sin sala de espera, sin restricción de visitas, sin tener que compartir habitación con nadie... que no me imagino yo a la reina durmiendo en el sillón reclinable de al lado...y eso si, ahora recuperándose en una clínica privada..no vaya a ser que el miércoles, el hombre, no pueda sostener la Copa del Rey de fútbol...que estaría bien que se la llevara el Atlético de Madrid por aquello de fortalecer los corazones de tanta afición acostumbrada a sufrir con su equipo y que de tanto en cuanto le regala alegrías como la UEFA o esta de Su Majestad...
Y, oh bendito sielo, menos mal que en dos días tenemos el Mundial de Sudáfrica y se nos olvidan los recortes, que tengo unas ganas ya de ver a los equipos de negritos que se meten en cuartos, como Camerún, con jugadores no profesionales...o esa "roja" tan nuestra que nos va a hacer vibrar como en la eurocopa...dios... si es que no sé por qué me pierde el desánimo de un cinco por ciento ¿qué es un cinco por ciento frente a once jugadores dejándose las pelotas por una pelota?
No tengo remedio, creo que voy a tener que volver a las pastillas que me recetó el psiquiatra, entonces pensaba que ser de izquierdas era tener conciencia social, era considerar que quien más tiene es quien más tiene que aportar para el desarrollo de una nación. Pensaba que las ideas se podían hacer realidad a través del esfuerzo y el trabajo conjunto. Que una vida de cotizaciones e impuestos daba para una vejez en paz. Que nuestros representantes políticos estaban ahí porque los habíamos elegido nosotros para que velaran por nuestros intereses.
Ahora, sin pastillas, con dos hijos adolescentes que no saben si estudiar una carrera universitaria, otra hija en camino y un marido en paro sin cobrar el desempleo, pienso que qué es un cinco por ciento si con ello voy a solucionar toda una crisis nacional. Una crisis de banqueros a los que nuestro gobierno regaló cuarenta mil millones de euros para poder seguir navegando en sus yates.
Una larga fila de asesores, una larga fila de "gurteles" consentidos, una larga fila de cabezas agachadas ante un señorito que ahora llamamos concejal, senador o diputado...
No, definitivamente creo que me vuelvo a las pastillas, a las del psiquiatra y a las que venden de extraperlo a las puertas de los afterhours, por apuntalar de nuevo mis ideas, digo yo o, cuando menos, pegarme un viajecito al País de las Maravillas a ver si, por casualidad, me encuentro con la Reina de Corazones y consigo por fin "que le corten la cabeza".


Panem et circus. Dixit.

sábado, 15 de mayo de 2010

Quiero


En mi defensa, Señoría, solo puedo decir que deseo que mis hijos sean personas de provecho y jamás unos aprovechados.
Que se equivoquen para aprender de sus errores porque los míos ya los enmiendo, o trato de enmendarlos día a día.
Porque la vida es un camino de rosas, pero las rosas tienen espinas.
Porque el nido se construye para ser abandonado.
En mi defensa, añado que el amor no sabe de cuentas, no paga hipotecas, ni encuentra trabajos. El amor acompaña, se aprieta el cinturón y saca un plato más de la despensa.
Que el dinero sí que sabe de cuentas, paga las hipotecas y encuentra trabajos. Pero no acompaña, no entiende de cinturones y come de su propio plato.
Que honrar no es lo mismo que ser honrado.
Que vivir en paz no es lo mismo que dejar en paz. Porque la paz se construye día a día.

martes, 11 de mayo de 2010

Vida perra



Chocolate se ha hecho famoso por ser el perro rescatador en desastres naturales como los últimos terremotos.
Rintintín, era el noble ayudante de policía. Canelo, el gaditano fiel, que no se marchó de las puertas del hospital esperando a que saliera su amigo humano…que jamás salió, que murió acogido por el personal sanitario sin querer moverse del lugar.
Muchos son los perros que han hecho Historia, si con mayúsculas para mi, que soy perra como ellos, pero, en definitiva, la Historia que planteaba Unamuno como “intrahistoria”.
Ahora aparece Lukanicos, el perro antisistema le llaman. Aparece en miles de artículos, televisiones, todo porque se ha unido a las protestas griegas, porque está en primera línea, porque no se arredra ante nada…
Pues si, yo me sumo también a sus homenajes…
Lo mismo, a este paso y tal y como está el patio, la próxima perra antisistema sea yo misma…

domingo, 9 de mayo de 2010

El tonto


Le llamaban tonto.
Inocente y tonto, porque creía que la luna tenía sus fases crecientes y menguantes solo para entretenernos a los unos y los otros para que nos buscásemos en la oscuridad y celebrar el plenilunio tocándonos.
¡Qué tontería... llamarle tonto!

jueves, 6 de mayo de 2010

¿De qué?


Iba pasando el tiempo.

¿Pasando?

¿De qué?

¿De quién?

domingo, 25 de abril de 2010

¿Sabes?


- ¿Sabes? Tengo guardados en una cajita un puñado de pelitos tuyos que se quedaron por la cama aquella noche en la que no paramos de hacer el amor.
- ¿Cómo?
- Lo que oyes, si, si, no me mires así como si fuera algo extraño. Bueno, si quizá lo sea pero no tiene nada que ver con el fetichismo ni nada que se le parezca. Te fuiste tan temprano, al amanecer, una ducha y a correr a la estación… en fin, me hubiera gustado que me dejases algún recuerdo, no sé, alguna flor que poder conservar entre las páginas de un libro. Un libro. Una carta. Solo una toalla impregnada de tu olor y esos pelillos dispersos entre las sábanas. Fueron unas horas tan intensas. Nos dijimos tanto. Nos amamos tanto. Vivimos tanto, que nos faltó el tiempo de una vida para vivirla juntos.
Ya ves, a veces, el amor se reduce a un puñado de pelitos esparcidos por unas sábanas arrugadas. Porque los trenes no esperan para nadie.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El beso.


Le conocí con apenas veintiocho años, todo juventud y un futuro plagado de proyectos frustrados a conciencia. Y con conciencia.
Ya era padre de familia a la moderna usanza, como a él le gustaba llamarse, porque su mujer trabajaba igual que él y a su niño le cuidaba su suegra, como solía ocurrir en los nuevos matrimonios.
Era joven y se sabía atractivo, más que por su físico, por esa manera suya de ser tan segura y divertida que a todos encantaba. Y no es que fuera precisamente un encantador de serpientes, era sincero y llano, voz suave, clara; risa auténtica y sonrisa de ángel disfrazado de diablo.
Nada hacía presagiar que se enamoraría como un loco de aquella chiquilla escuálida y anodina que se cruzó en su camino aquella tarde de verano. Su vida, perfectamente hilada desde sus comienzos, le hizo dudar de la existencia de que hay que labrarse su propio destino.
Era un soñador de pies en el suelo. Creaba fábulas imaginarias para iluminar el día a día de propios y ajenos. Interpretaba papeles de cómico farandulero de salón. Pero caminaba por la línea trazada desde sus orígenes sin salirse un milímetro del tiesto donde plantaba sus horas, semanas y años.
Primero fue un incordio. No asimilaba que la muchacha le quisiese así sin condiciones desde el primer instante en que le vio. Ella ni siquiera se planteó esperar su cambio de reacción, le quería y punto, con eso tenía más que suficiente.
A ciertas edades las mujeres maduran antes que los hombres. Si bien aquella niña, para él no era más que eso, una niña de feminidades incipientes que jamás llegarían a buen puerto, ella ya sabía, o intuía con sentido de lince, que aquel hombre era su hombre, aunque jamás la tuviese entre sus brazos.
Y ni falta que hacía. Bastaba con soñarle despierta en duermevelas imposibles, en sopores de inviernos salpicados de lágrimas o risas escondidas entre las sábanas. No tenía prisa, se conformaba con saberle a su lado.
Eso es lo que ocurrió.
Pasaron los años haciéndose necesarios para los dos. Los años y ellos. Todo estaba aún por escribir mientras se entretenían emborronando páginas y páginas de un diario compartido, secreto.
Jugaban a jugar porque la infancia más aventurera y prodigiosa se había hecho presa en ellos con el deseo irrefrenable de transformar la rutina en algo verdaderamente digno de llevarse a cabo. No había un momento de resuello. Vivían en el vértigo de la noche a escondida de miradas ajenas a tanta pureza. Porque en el fondo de sus estómagos – el amor está dentro del estómago, que se hincha y encoge ante la presencia del ser amado oprimiendo el diafragma y haciendo palpitar el corazón- sabían que el hambre no tardaría en aparecer irremediablemente, como la primavera y sus alergias.
Aquella noche se sorprendieron en un beso irracional que no venía a cuento en el guión que habían ido redactando a lo largo de las horas. Cuando se separaron, ninguno dijo nada. Ninguno quiso comentar la jugada.
Ella se fue a dormir. Era el primer beso, probablemente el último, pensó, probablemente el único y se recreó en recordarlo, para que jamás se le olvidara aquel instante que nunca había planeado.
Él se quedó despierto, intentando distraer su atención. Queriendo olvidar que había sido él, precisamente él quien había tomado la iniciativa. Aquello no cuadraba en la estructura de su vida organizada desde sus comienzos. Pero algo había quedado definitivamente desmoronado y aunque lo sabía, quiso ser también él quien tomara la iniciativa de olvidar definitivamente el incidente. No había sido más que eso, un incidente.
Pero no lo olvidó. Una risa nerviosa cada vez que volvían a verse le delataba. Ella parecía no tener nada que ver con el asunto, lo borró de sus encuentros retomando la situación en el punto inmediatamente anterior a lo sucedido. Si él quería olvidarlo, ella jamás se lo recordaría, ya he dicho antes que las mujeres, en lo que a hombres se refiere, suelen madurar antes.
Pero él fue un poco más allá, quiso probar su resistencia. Una noche, al despedirse, como si fuera lo más habitual en ellos volvió a besarla suavemente. Esta vez no fue el beso desesperado del que se intuye es el primero y puede ser que sea el último. Fue un roce leve, cotidiano, cercano, dulce de acercamiento cogido de sus hombros menudos, como si fuera lo más habitual en ellos. Ella correspondió con la misma naturalidad con la que se es consciente cada mañana de seguir respirando. Se sonrieron, pero esta vez tampoco nadie dijo nada.
Así a sus muchos secretos para con el mundo sumaron su propio secreto para consigo.
Y se besaron tantas veces que era imposible no haberse desgastado los labios. Y decidieron, en silencio, amarse para siempre.
Todo estaba aún por escribir.
Y para siempre es una frase con final.

viernes, 5 de marzo de 2010

sábado, 27 de febrero de 2010


Su vida se había convertido en un caos perfectamente organizado. No había tiempo para la felicidad pero tampoco para el desánimo, había que actuar y se actuaba. En el sentido literal de la palabra, actuar, como en una continua función de teatro donde el público solía ser el mismo, y el papel a interpretar podía variar en relación al decorado escogido para el momento.

lunes, 22 de febrero de 2010


Cabía esperar que nadie comentara lo sucedido, a fin de cuentas no había testigos de nada, solo la noche con sus mil ojos convertidos en ventanas de luces tenues o cortinas descorridas.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Documento 1-Microsof Word.




Buscar. Reemplazar. Seleccionar. Cambiar estilos. Inicio.
Suena el piano, como si no estuviera cerca. Fuera hace frío y está oscuro. Fuera se viven otras vidas. Y al mirar por la ventana busco con la imaginación qué estará ocurriendo tras ese balcón que me sostiene la mirada.
Como si quisiera reemplazarme en otro cuerpo que no es el mío. Como si quisiera respirar el mismo aire pero de distinta manera, sabiendo como sabe el que respiro, sintiendo la diferencia o no del mismo aliento.
Atravieso paredes y cristales sin cortarme la piel. Cambiándome la piel.
Pero no puedo contarlo. No sé contarlo.
Selecciono recuerdos parecidos. Revivir lo no vivido.
Quisiera, a veces, poder cambiar de estilo.
Inicio.

martes, 26 de enero de 2010

La bicicleta




Aprendí a montar en bicicleta a base de chocar con las paredes. Mi mente no era capaz de pedalear y frenar al mismo tiempo, mucho menos poner los pies en el suelo. Tenía como referencia la valla de la casa de un vecino que me permitía hacer un recorrido más o menos suficiente para ir practicando sin caerme. Recto y sin baches, algo inclinado hacia abajo que me daba velocidad. La pared me esperaba para volver a empezar.
A fuerza de chocazos descubrí la técnica de defenderme girando levemente el manillar de manera que el impacto no me cogiese de frente. Poco a poco a golpe de giro fui esquivando la pared y recorrer algo más de camino. Más adelante aprendí a bajarme en marcha mientras la bici se llevaba la peor parte y yo salía indemne del envite.
Cuando se es pequeño, nada como esa fase empírica para manejarse por la vida, es más, hasta llegamos a alardear de las heridas de guerra como si de medallas se tratase. Y yo, lucía orgullosa mis rodillas, eternamente maquilladas de mercromina.
Pasan los años y aprendemos a frenar. A aparcar la bicicleta. Olvidamos la importancia de las heridas y las tapamos para que nadie las vea, que nadie sepa que nos hemos caído. Que nadie descubra que nos topamos frente a frente con un muro. Dejamos de recordar cuando aquellas noches, a golpe de pedal, se ponía en marcha la dinamo que encendía la luz que nos iluminaba por el camino. Ahora es mejor acurrucarse al refugio de una manta en nuestra casa, bajo nuestro techo, bajo nuestro miedo, que salir a buscar la luz que dan nuestras piernas al andar.
Cuando se es pequeño no hay pared que nos asuste y al crecer, a todas le salen brazos.

martes, 19 de enero de 2010

Un bulto con ojos




Así es, hoy he conocido un bulto con ojos. Yo estaba en un juzgado al que había acudido a acompañar a un amigo. Eso es otra historia que algún día contaré.
Lo cierto y verdad es que la sala de espera era peor que las de la Seguridad Social y se respiraba un calor sofocante, habida cuenta la cantidad de personas que estábamos allí esperando entrar. Como quiera que mi imaginación se desborda en cuanto tiene ocasión, comencé a elucubrar sobre las togas de los letrados que, maletín en mano, acompañaban a sus clientes. Había uno jovencito, muy alto y muy bien parecido (no sé en realidad, si analizamos la expresión, a qué demonios se refiere, porque en verdad no se parecía a nadie que conociera o hubiera conocido, era guapo y punto.). La toga le daba un aire de importancia y un porte digno de un regio representante de la ley pero…y hete aquí que me meto donde no me llaman, se la había colocado sin reparar siquiera en las arrugas que la toga tenía. Me dio por imaginar que su mujer pasaba de él, tanto rollo con la indumentaria y, bueno, aunque joven, que ya lo he dicho, mayorcito ya para saber utilizar una plancha, que digo yo que tampoco se necesita hacer un master para utilizar este práctico electrodoméstico. En cualquier caso, seguía yo con mis divagaciones, para eso están las tintorerías chaval, que si tantos aires de grandeza te vas dando, tendrás para costearte llevar la chaquetona esa al tinte y que te la dejen como nueva. Él ni se inmutaba, pendiente como estaba en contonearse de un lado para otro dando grandes zancadas. Eso si, los zapatos los llevaba realmente impolutos. Un punto a su favor. ¿O habría sido su esposa que tenía la extraña afición de disfrutar limpiando zapatos? Ante la pregunta sin respuesta me fijé en otro letrado, en otro y en otro, y así fui averiguando por la calidad de los tejidos, quien era niño bien, quien abogado curtido en años, quien un pobre picapleitos.
Fue entonces que decidí pasar revista a los no uniformados. También se distinguía por su indumentaria al cliente del defensor. El uno arreglado pero informal, el otro trajeado a la última. O la otra, que también había abogadas de taconazo altivo. Nada que objetar.
Por lo que charlaban entre ellas, el número de mujeres y su juventud, teniendo en cuenta que se trataba de un juzgado donde se abordaban temas laborales, a esas chicas las imaginé trabajadoras de una empresa de limpieza que llevaban varios meses sin cobrar su salario. Eran optimistas, probablemente algún sindicato les habría comentado que no serían despedidas que Delphi no se cierra, que Vicasa no se cierra y que, tampoco iban a cerrar su empresa. Hablaban de sus hijos, todos pequeños, de que como se alargara aquello demasiado tendrían que llamar a sus madres y suegras para que fueran a recogerlos al colegio. Algunas comenzaron a desenfundar sus móviles.
De repente, entre tanta algarabía con sed de justicia, alguien llamó poderosamente mi atención. Se trataba de un hombre de edad media. No, de la Edad Media no, de edad media. Sonreía al aire y pensé que se había equivocado de lugar, que aquello no era la cola para entrar en el casting de La Casa de la Pradera. De verdad, tenía todo el tipo de Michael Langdon: camisa de cuadros, igual igual que los mantelitos de los veinte duros; pantalones vaqueros modernos. Modernos para él cuando los ochenta, claro, ahora no se lleva marcar paquete hombre…y él, con sus pantalones ajustados, lo intentaba.
Estaba como sin estar, solo, ya he dicho antes, sonriendo al vacío, mirando a la nada, como abducido por algún enviado de Raticulín. Pregunté a nuestro abogado si aquello se iba a demorar mucho, si seguía allí un minuto más aquello tenía ya tintes de convertirse en mi particular versión de un culebrón llamado “Laura, no te aburras que es peor”.
Salí a tomar un colacao y suerte la nuestra, a los pocos minutos entramos en sala. Me encanta la solemnidad de los juicios. Los jueces frente a todos siguiendo el ritual, la defensa, el demandado y oh, el del Casting de La Casa de la Pradera. Primero pensé que como era vista pública, había acudido allí como yo, a bichear, pero ¿por qué no se había sentado en la fila de atrás como el resto de los espectadores? Miré a la cámara de seguridad y esperé.
Pronto se disiparon todas mis dudas, aquel señor no había acudido a ningún casting de película, tan solo era un miembro de un sindicato, que sin un solo representante legal acudía en nombre de la parte demandada. Ni que decir tiene que, la criatura, ante la verborrea colosal de los abogados solo se limitó a sacar un papelito de una carpeta de cartón en el que exponía que su sindicato no era culpable. Y me pregunto: ¿por qué nadie le preparó unos buenos apuntes? ¿Dónde están los abogados que pagan los afiliados al sindicato? Cierto y verdad que el pobre hombre, remangado su pantalón vaquero para poder sentarse, solo se limitó a estar de acuerdo en todo lo que Su Señoría le preguntaba.
Si, hoy he conocido un bulto con ojos.

martes, 12 de enero de 2010

El lavavajillas



Mi padre ha descubierto el lavavajillas a los setenta y tres años de edad. No, no es que no supiera hasta ahora lo que era un lavavajillas, quiero decir en su casa, en su vida cotidiana.
Como quiera que mi madre disfruta de las reformas del hogar más que si se tomara un bombón de chocolate, la última le ha llegado a la cocina y con ella, la llegada de ese electrodoméstico que se encarga de lavar los platos.
Hasta la fecha era mi padre el encargado de tales menesteres. Desde que se jubilaron. Desde que ni mi hermano ni yo vivimos con ellos, decían, que para cuatro platos que ensuciaban.
Mi padre pertenece a esa generación de lo manual. Donde un coche de carreras era una piedra bien pulida que adelantara a las otras en una batida. Un carro, una caja de zapatos, cuando había zapatos, atada a una guita. Los deportes no se llamaban deportes, pero nadaban en el río sin ropa o saltaban a la cuerda. Un libro era el mejor amigo y pasaba de mano en mano impregnándose de sueños de niños de distintas edades.
Cuando llegó el lavavajillas y los técnicos se lo instalaron, se colocó sus gafas de cerca sobre la nariz y se aprendió minuciosamente las instrucciones.
Da gusto mirarle cuando coloca la vajilla en sus compartimentos correspondientes. Se queda como ajeno al resto del mundo que le rodea, en una especie de nirvana que solo él comprende, mientras silba una cancioncilla sin melodía, como si de una letanía se tratase para llegar a la concentración suprema. Sus manos regordetas y bonitas, se afanan en que todo quede en perfecto equilibrio. Observa su obra y, ajustándose de nuevo las gafas, cierra la portezuela y elige el programa de lavado. Después se queda unos minutos pensativo, pendiente de la lucecita que indica que el aparato está realizando su trabajo. Luego nos mira con una sonrisita pícara y exclama: es bueno esto. Y no hace ni ruido.

Y se olvida satisfecho recostado en su sillón mientras hila un sueñecito que le mantiene intacta la sonrisa.
Mi padre, cada día descubre algo nuevo.
Mi padre puede dormir tranquilamente cuanto le plazca.

sábado, 9 de enero de 2010

Asco




El periodismo le asqueaba. No, eso no era del todo correcto. No era el periodismo lo que le asqueaba, era el cariz que había tomado la profesión en los últimos años.
A los jóvenes que empezaban no se les estaba permitido tener ilusiones. Los veteranos hacía tiempo que las habían perdido. La esencia del informador no se encontraba ya ni en las películas. Hubo un tiempo en el que todos quisimos, de alguna manera, ser aquellos “hombres del presidente” que triunfaron en el Washinton Post desenmascarando a Nixon con el escándalo Watergate. La realidad luego te demuestra que cualquier parecido con la ficción es eso, pura realidad.
Hacía ya tiempo que tenía asimilado que jamás ganaría un premio Ondas, porque lo suyo era el periodismo radiofónico, la comunicación de viva voz, la inmediatez de la noticia. El gerundio más presente que el propio presente. Lo que jamás imaginó que las paredes contra las que chocara fuesen los propios, mal llamados, compañeros de profesión. Y es que ciertas informaciones, decían, no van a hacer más que complicarte la vida.
Hacer radio local, supongo, no tiene nada que ver con trabajar en una cadena nacional en la que las noticias sean para todos y no solo para unos pocos. Pero se preguntaba si esos pocos no tenían derecho a una información veraz.
Se había perdido la calidez de la búsqueda de temas, de los seguimientos, se estaba perdiendo la calle, la improvisación y el jugar a no ser descubierto. Ahora estaba bien visto codearse con los poderosos y atrás quedaba la afirmación de que los medios de comunicación eran el cuarto poder. Solo se leía lo que uno quería leer y se escuchaba lo que se quería oír. Y no digamos en las televisiones donde primaba la cantidad a la calidad. El miedo se había apoderado de los informadores convirtiéndoles en uniformadores. Curiosamente, ni siquiera los recién salidos de la facultad sabían escribir.
Había, de los que se llamaban profesionales, que utilizaban una retórica tan decimonónica que nadie les entendía, seguramente, ni siquiera ellos se comprendían, pero rellenaban folios que es lo que importaba y los oyentes, al escuchar palabras tan supuestamente cultas, no ponían en duda la calidad de la información, aunque de la misa la mitad y de la mitad ni un cuarto.
Ni un cuarto donde guarecerse de tanta inmundicia protegida, tutelada. La libertad había dado paso a la comodidad de un sillón aunque las posaderas que lo ocuparan fuesen, por decirlo de una manera suave, de aquellas que jamás se limpiaron después de cagar.
El todo vale había dado paso al todo lo que me mantenga vale. Eso es lo que le asqueaba. El periodismo no.
Tardó unos años, bastantes diría yo, en comprender que era un grano en el culo y no entendía ese afán que tenían por quitarle de en medio. Hasta que descubrió que el miedo a que les hiciera sombra era superior a la objetividad de valorar sus potenciales.
Amargamente se reía de tanta ignorancia porque jamás se le había pasado por la cabeza hacerle sombra a nadie. Solo quería trabajar. Solo quería entretener, informar y formar. Pero como en la sórdida edad media, estaba mal visto que los pobres supieran leer o escribir.
Era mejor hacer un programa en el que los sinvergüenzas contaran en público sus intimidades. Y cuando digo sinvergüenzas me refiero a personas que no tienen el más mínimo pudor en relatar aspectos de su vida sexual dando pelos y señales. Y no es que vaya una a rasgarse las vestiduras ante semejantes revelaciones, nada llega a sorprenderme del ser humano a estas alturas del camino ¿o si?
No me ha gustado jamás reírle las gracias al impertinente de turno que se mofa de sus semejantes con la indiferencia del que se siente protegido por un halo divino. Nada me parece más patético que intenten disfrazar de libertad lo que en el fondo no es más que coger por el camino de en medio, el facilón de risa histriónica.
Cualquiera puede ser periodista hoy en día. Cualquiera escribe en un periódico. Cualquiera coge un micrófono de radio, aunque no sepa si bogavante se escribe con be o con uve, o crea que han escrito mal Saramago en una nota de prensa confundiéndolo con el arbusto silvestre que tanto gusta a los canarios y que se conoce como jaramago. Y en la tele, bastaba con hacerse la cirugía estética para triunfar.
No, el periodismo no le asqueaba, le gustaba demasiado como para ver como se iba perdiendo poco a poco el sueño de Hermes.

Continuará…..

martes, 5 de enero de 2010

Año Nuevo


Es curioso como pasa el tiempo y nos vamos abandonando a la pereza ingenua que juega con nosotros a dejarse querer.
El más ocioso de los pecados, el que siempre tiene excusas, que te revuelve la cabeza mientras te da razones que son más que amores y hechos.
Pereza de escribir sobre el papel porque ya tienes bastante escrito entre los sueños de imaginar historias que querrías para ti, pero que son para nadie.
En días de balances solo aspiro a seguir soñando despierta. No quiero recordar un año que se ha ido llevándose con él a un amigo al que sigo esperando encontrar saliendo por alguna puerta que no he visto todavía. Al que espero que dejen su sitio libre cuando vuelva aunque no soporte verlo vacío.
Ahora solo quiero ver crecer mi vientre con la vida que late dentro. Imaginar a un niño. Imaginar a una niña. Alternar los colores de su futura cuna. Recrearme en el olor de su piel y aspirarle.
Abrazarle y sentir su respiración junto a mi cuello.
Como en un péndulo invisible, la vida te quita, la vida te da.
Ahora, como si viajara en una pompa de jabón, me balanceo en la ¿he dicho pereza? Serenidad de la espera, disfrutando el bamboleo, recreándome en el pecado, en el más ingenuo, en el más ocioso.