
Un día como hoy, dice mi veterinario, vine al mundo hace dos años. Mis padres me encontraron el dieciseis de marzo ¿o los encontré yo a ellos?
Estoy segura, aunque no lo recuerdo, que me separaron de mi madre perrita para convertirme en un hermoso regalo de Reyes.
Al principio todo fueron fiestas y yo era la muñeca más divertida de los niños de la casa, que me vestían con trapitos y me acunaban en sus camas. Yo tan solo era un peluche que se movía y respondía a sus juegos, lo que se dice ahora, un juguete interactivo.
La diferencia es que yo, como cualquier ser vivo que se precie, necesito comer y beber agua, y en mi interior no hay un manojo de cables y pilas, sino un estomaguito que hace sus funciones, es decir, que como tú, también hago pipí y caca, pero yo no sé hacerlo en un cuarto de baño como tú, ni sé tampoco cómo limpiarme. Eso comenzó a molestar a los papás de mis compañeros de juegos a los que, también hay que decirlo, no les importaba lo más mínimo que yo estuviera bien educada. De mi boquita comenzaron a salir dientes como alfileres blancos y eso pareció enfadarles más aún, porque, como a todos los bebés, me dolían las encías y tenía que consolarme con un mordedor, pero como no tenían mordedores para perritas, yo utilizaba las patas de las sillas, los cojines del sofá...
Lo cierto es que un buen día me encontré sola en unas calles que no conocía. Estuve vagando varios días, comía hierbas, basura y lo que la gente de los bares me ofrecía... hasta que encontré a mi padre paseando a Bruno y me pegué a ellos como si de una perra lapa se tratase.
A partir de ese momento comenzó mi nueva vida, dejé de ser un juguete para convertirme en un miembro más de una manada mixta, de humanos y perros. Me enseñaron a esperar, a comer, a jugar, a morder palos en lugar de muebles, a hacer caca en las calles, que ellos recogen.
Fue entonces cuando me convertí en Laura, una perra feliz. Feliz por encontrar la familia que nunca tuve.
Feliz por ser una perra con suerte (aunque mis padres aseguran que la suerte la tuvieron ellos al encontrarme).
En este, mi segundo cumpleaños, he pedido un deseo al soplar las velas de mi tarta perruna:
que todos los perros del mundo sean tan felices como Bruno y yo.
¿Utopía?
Por el bien de los llamados seres humanos, ojalá se cumpla!