No, no es que la melancolía se haya apoderado de mí. No he tenido tiempo ni para rascarme, como se suele decir. Un día de actividad frenética. De correr literalmente de aquí para allá. Definitivamente no hay lugar para pensar en nada ni en nadie y sin embargo te echo de menos.
No acierto a comprender el resorte que hace que aparezcas y desaparezcas de mis pensamientos cuando menos lo espere o lo busque. Porque me juegas muy malas pasadas ¿sabes? No es de recibo que esté atendiendo a alguien que me está planteando algo muy serio, algo que cree que es muy serio, y tu salgas por detrás haciendo morisquetas. No te resisto cuando me sonríes a la vez que me guiñas un ojo, tan sinvergüenza tú, tan irreverente por momentos y yo allí de pie aguantando el tipo intentando no pestañear. Parecer interesada en lo que me cuentan. Sin reírme. Sin mirarte.
Si pudiera… te daría un pellizco en el brazo para hacerte saltar a mi lado. Para que reaccionaras. Alguien tiene que poner orden aquí. Y tú te empeñas en sacarme de mis casillas con tu sonrisa traicionera.
Si, te echo de menos. Sin tristeza. Sin pensar cuándo volveremos a encontrarnos. Sin remordimientos. Ganas de estrujarte simplemente. Como cuando queríamos convencernos que no pasaba nada. Como cuando era un secreto a dos voces, la tuya y la mía que callábamos para no reconocerlo ante nadie. Ni siquiera ante nosotros. Echo de menos tu voz, como tú la mía. Como cuando no necesitábamos hablarnos para sabernos. Para abrir un paréntesis a la monotonía. Y le pregunto a la pared si estás pensando en mí, con la ilusión puesta en una grieta que se me figura un caballo a punto de desbocarse. Entonces ya no estás y es cuando descubro que has vuelto a jugármela. Y el caballo ha volado ¿a tu pared?
Si pudiera…
El amor es una enfermedad de tipo vírica. No hay ningún médico que encuentre explicación científica al respecto. Un virus, que tal que entra, sale.
Yo tengo un amor incurable.