
Así es, hoy he conocido un bulto con ojos. Yo estaba en un juzgado al que había acudido a acompañar a un amigo. Eso es otra historia que algún día contaré.
Lo cierto y verdad es que la sala de espera era peor que las de la Seguridad Social y se respiraba un calor sofocante, habida cuenta la cantidad de personas que estábamos allí esperando entrar. Como quiera que mi imaginación se desborda en cuanto tiene ocasión, comencé a elucubrar sobre las togas de los letrados que, maletín en mano, acompañaban a sus clientes. Había uno jovencito, muy alto y muy bien parecido (no sé en realidad, si analizamos la expresión, a qué demonios se refiere, porque en verdad no se parecía a nadie que conociera o hubiera conocido, era guapo y punto.). La toga le daba un aire de importancia y un porte digno de un regio representante de la ley pero…y hete aquí que me meto donde no me llaman, se la había colocado sin reparar siquiera en las arrugas que la toga tenía. Me dio por imaginar que su mujer pasaba de él, tanto rollo con la indumentaria y, bueno, aunque joven, que ya lo he dicho, mayorcito ya para saber utilizar una plancha, que digo yo que tampoco se necesita hacer un master para utilizar este práctico electrodoméstico. En cualquier caso, seguía yo con mis divagaciones, para eso están las tintorerías chaval, que si tantos aires de grandeza te vas dando, tendrás para costearte llevar la chaquetona esa al tinte y que te la dejen como nueva. Él ni se inmutaba, pendiente como estaba en contonearse de un lado para otro dando grandes zancadas. Eso si, los zapatos los llevaba realmente impolutos. Un punto a su favor. ¿O habría sido su esposa que tenía la extraña afición de disfrutar limpiando zapatos? Ante la pregunta sin respuesta me fijé en otro letrado, en otro y en otro, y así fui averiguando por la calidad de los tejidos, quien era niño bien, quien abogado curtido en años, quien un pobre picapleitos.
Fue entonces que decidí pasar revista a los no uniformados. También se distinguía por su indumentaria al cliente del defensor. El uno arreglado pero informal, el otro trajeado a la última. O la otra, que también había abogadas de taconazo altivo. Nada que objetar.
Por lo que charlaban entre ellas, el número de mujeres y su juventud, teniendo en cuenta que se trataba de un juzgado donde se abordaban temas laborales, a esas chicas las imaginé trabajadoras de una empresa de limpieza que llevaban varios meses sin cobrar su salario. Eran optimistas, probablemente algún sindicato les habría comentado que no serían despedidas que Delphi no se cierra, que Vicasa no se cierra y que, tampoco iban a cerrar su empresa. Hablaban de sus hijos, todos pequeños, de que como se alargara aquello demasiado tendrían que llamar a sus madres y suegras para que fueran a recogerlos al colegio. Algunas comenzaron a desenfundar sus móviles.
De repente, entre tanta algarabía con sed de justicia, alguien llamó poderosamente mi atención. Se trataba de un hombre de edad media. No, de la Edad Media no, de edad media. Sonreía al aire y pensé que se había equivocado de lugar, que aquello no era la cola para entrar en el casting de La Casa de la Pradera. De verdad, tenía todo el tipo de Michael Langdon: camisa de cuadros, igual igual que los mantelitos de los veinte duros; pantalones vaqueros modernos. Modernos para él cuando los ochenta, claro, ahora no se lleva marcar paquete hombre…y él, con sus pantalones ajustados, lo intentaba.
Estaba como sin estar, solo, ya he dicho antes, sonriendo al vacío, mirando a la nada, como abducido por algún enviado de Raticulín. Pregunté a nuestro abogado si aquello se iba a demorar mucho, si seguía allí un minuto más aquello tenía ya tintes de convertirse en mi particular versión de un culebrón llamado “Laura, no te aburras que es peor”.
Salí a tomar un colacao y suerte la nuestra, a los pocos minutos entramos en sala. Me encanta la solemnidad de los juicios. Los jueces frente a todos siguiendo el ritual, la defensa, el demandado y oh, el del Casting de La Casa de la Pradera. Primero pensé que como era vista pública, había acudido allí como yo, a bichear, pero ¿por qué no se había sentado en la fila de atrás como el resto de los espectadores? Miré a la cámara de seguridad y esperé.
Pronto se disiparon todas mis dudas, aquel señor no había acudido a ningún casting de película, tan solo era un miembro de un sindicato, que sin un solo representante legal acudía en nombre de la parte demandada. Ni que decir tiene que, la criatura, ante la verborrea colosal de los abogados solo se limitó a sacar un papelito de una carpeta de cartón en el que exponía que su sindicato no era culpable. Y me pregunto: ¿por qué nadie le preparó unos buenos apuntes? ¿Dónde están los abogados que pagan los afiliados al sindicato? Cierto y verdad que el pobre hombre, remangado su pantalón vaquero para poder sentarse, solo se limitó a estar de acuerdo en todo lo que Su Señoría le preguntaba.
Si, hoy he conocido un bulto con ojos.